¡Abuelito, las nubes se comen!



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Nublandia, donde los niños solían salir a jugar en el parque, mientras los abuelos contaban historias. Entre ellos, estaba Amalia, una niña de seis años con una imaginación desbordante, y su abuelito, don Ramón, un viejo sabio que siempre tenía una respuesta divertida para cada pregunta.

Una mañana, mientras Amalia miraba al cielo, notó algo extraño. Las nubes se veían cada vez más cerca, como si quisieran tocar el suelo.

"¡Abuelito! ¡Las nubes se están acercando!" - exclamó Amalia sorprendida.

"Es cierto, querida, pero no te preocupes. Decime, ¿qué crees que pasaría si las nubes se comieran a los niños?" - respondió don Ramón con una sonrisa.

Amalia se quedó pensativa, con la cabeza llena de ideas.

"¡Abuelito! ¡Sería horrible! La gente no podría jugar, no habría risas... ¡y no me quedaría nada de helado!" - dijo, enérgica.

"Es verdad, sin helados sería un día triste. Pero, ¿y si te digo que las nubes, en realidad, son muy amigables?" - agregó don Ramón.

Intrigada, Amalia entrecerró los ojos y preguntó:

"¿Amigables? ¿Cómo puede ser eso?"

"Cada nube tiene un corazón. Ellas tan solo quieren regalar alegría y sueños a los que las miran. ¿No has visto alguna vez cómo las formas en las nubes nos hacen soñar?" - explicó don Ramón.

Amalia sonrió, al recordarlo. Aquella tarde, mientras dibujaba con su tiza en el suelo del parque, empezó a imaginar lo que podría pasar si las nubes, en vez de comerse las risas de los niños, decidieran llenar el cielo de color y juego.

De repente, una nube con forma de conejo se pasó volando justo sobre su cabeza. Amalia, entusiasmada, gritó:

"¡Mirá, abuelito! ¡Una nube con forma de conejo!" - y comenzó a saltar.

"¡Es una nube mágica! En lugar de comerse nuestras risas, ¡las transforma en juegos! ¿Qué tal si hacemos una fiesta en el parque? ¡Con nubes y todo!" - sugirió don Ramón con un brillo en los ojos.

Amalia pensó que era una excelente idea. Juntos, decidieron organizar una fiesta para todos los niños del barrio. Al día siguiente, amarraron globos de colores, hicieron pancartas y prepararon helados de diferentes sabores.

- “¡No olvidemos el concurso de nubes! ” - propuso Amalia emocionada.

- “¡Buena idea! Cada uno puede dibujar su nube mágica y contar qué es lo que hace especial a su nube” - agregó don Ramón, pensando en cómo cada niño podría dar rienda suelta a su imaginación.

El día de la fiesta llegó, y la plaza estaba llena de risas y juegos. Los niños, emocionados, comenzaron a dibujar nubes en hojas y cartulinas. Cada uno presentaba su nube con entusiasmo:

"Yo tengo una nube que canta canciones del mar", - contaba un niño.

"Yo tengo una nube que juega al escondite con las estrellas", - decía otra niña.

"¡Y mi nube hace helados de tutti-frutti!" - gritó Amalia con alegría.

Mientras todos se divertían, las nubes parecían danzar en el cielo, como si estuviesen disfrutando del día tanto como los niños. De pronto, notaron que una gran nube gris se asomaba.

- “¡Miren! Se viene la lluvia... ¡y creo que quiere unirse a la fiesta! ” - dijo don Ramón.

En lugar de asustarse, todos comenzaron a bailar alrededor de la gran nube.

- “¡Viva la nube danzarina! ” - gritaban mientras las gotas empezaban a caer, formando charcos donde podían brincar y reír a carcajadas.

Y así, el gran día de Nublandia se convirtió en una celebración de alegría, donde las nubes, en vez de comerse a los niños, decidieron unirse a la diversión. Don Ramón miraba a Amalia y pensaba:**

- “A veces, las cosas pueden parecer preocupantes, pero si las miramos con amor y alegría, pueden convertirse en oportunidades para soñar y jugar.”**

Desde ese día, Amalia aprendió a no temerle a las nubes, porque siempre traen consigo la esperanza de un nuevo juego, de sueños y de sonrisas. Y así, el parque de Nublandia se volvió un lugar más divertido y mágico, donde el cielo y los sueños eran infinitos.

FIN.

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