Aimar y el Misterio de la Noche



Era una noche oscura y fría de Halloween, cuando Aimar, un niño de ocho años, se preparaba para dormir. Había bajado la intensidad de su lámpara de luz tenue, pero esa noche la habitación le parecía diferente: más grande, más vacía. Con un suspiro, se metió en la cama, se arropó hasta la cabeza y miró hacia la ventana. Las sombras de los árboles se movían con el viento, creando figuras aterradoras en la pared.

"-¡Qué miedo!" -pensó Aimar, apretando su osito de peluche con fuerza.

"-Mamá, ¿¡podés quedarte un ratito más! ?" -llamó, con la voz temblorosa desde abajo de las sábanas.

"-Aimar, ya es tarde. Los monstruos no existen. Solo es tu imaginación" -le respondió su madre desde el pasillo, con una sonrisa comprensiva.

Pero Aimar no estaba convencido. Esa noche, la casa hacía ruidos extraños: crujidos en la madera, susurros en el aire. Cada vez que cerraba los ojos, una imagen de un monstruo con ojos brillantes se le venía a la mente.

Decidido a enfrentarlo, Aimar tomó una almohada y se la puso en la cabeza, como si fuera un casco de guerrero. "-¡Soy valiente!" -se dijo a sí mismo. Pero entonces, un ruido aún más fuerte sonó justo detrás de él. Aimar se giró y, para su sorpresa, encontró a su perrito, Tofu, moviendo la cola mientras traía un juguete que había caído al suelo.

"-Puchero, ¿me vas a ayudar?" -le preguntó, sintiéndose un poco más seguro. Tofu ladró y saltó a su lado, como si quisiera decirle que no había nada que temer.

La curiosidad pudo más que el miedo, así que Aimar decidió levantarse y explorar. Con Tofu de compañero, se adentró en el pasillo. Las sombras danzaban a su alrededor, pero ya no se sentía tan asustado. De pronto, notó que una puerta se encontraba entreabierta. Era la habitación de su hermana mayor, Sofía, que solía contarle historias.

"-Quizás ella también tenga miedo y pueda ayudarme", pensó. Aimar empujó la puerta suavemente y entró. Sofía no estaba. En su lugar, encontró un libro enorme con ilustraciones de criaturas fantásticas. "-¡Esto no es aterrador!" -exclamó. Así que, a la luz de la linterna que había llevado, Aimar comenzó a leer.

Las criaturas del libro eran monstruos amigables, que enfrentaban sus propios miedos: un dragón que temía a las tormentas, una bruja que no podía volar por la noche y un lobo que_no podía aullar sin reírse. Aimar se quedó embelesado, sintiéndose un poco menos solo y un poco más valiente.

"-¿Y si me hiciera amigo de los monstruos?" -reflexionó. En ese momento, sintió que, como los personajes del libro, él también podía ser valiente. Así que, con un nuevo aire de seguridad, salió de la habitación y se adentró en la oscuridad de su hogar.

De repente, un sonido escalofriante brotó del armario. Aimar se detuvo en seco, pero entonces recordó a sus nuevos amigos del libro. Con una respiración profunda, se acercó al armario y abrió la puerta.

"-¡Hola, monstruo!" -gritó, imaginando que había un amigo esperando detrás. Y, ¡sorpresa! Allí estaba su hermana, disfrazada de monstruo, ¡con una broma preparada!"-¡Aimar! ¡Te asusté! ¡Feliz Halloween!" -exclamó Sofía, riendo a carcajadas.

Aimar se rió también, al darse cuenta de que su miedo se había convertido en diversión. "-Esto fue genial, pero ya no tengo miedo. ¡Son solo sombras y risas!" -declaró Aimar, con una sonrisa.

Decididos a seguir disfrutando de la noche, Aimar y Sofía, junto a su fiel compañero Tofu, se pusieron a dibujar monstruos en la pared con tiza y a contar historias de aventuras donde los monstruos eran los héroes.

Al final de la noche, Aimar se metió en la cama, ya sin miedo. Y así, aprendió que enfrentar sus temores le había traído no solo valor del corazón, sino también risas y aventuras con su hermana.

FIN.

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