Ángela y el Sueño de Wilson



Érase una vez en un pequeño pueblo de Argentina, donde vivía una niña llamada Ángela. Ángela era una apasionada del fútbol y soñaba con jugar con los mejores. Un día, mientras jugaba en la plaza, conoció a un chico llamado Wilson Arévalo Messí, que no solo era un gran futbolista, sino que también era muy simpático y buena onda.

Ángela se sintió atraída por él inmediatamente.

"¡Hola! Me llamo Ángela, ¿te gustaría jugar un partido de fútbol conmigo?"

"¡Hola, claro! Me encantaría jugar", respondió Wilson con una sonrisa.

Desde aquel día, Ángela y Wilson se hicieron inseparables. Pasaban horas entrenando juntos en el parque, perfeccionando sus habilidades. Wilson le contaba a Ángela sobre sus sueños de convertirse en un futbolista famoso como su ídolo, Lionel Messi.

"Quiero jugar en la selección argentina algún día", decía Wilson.

"¡Eso es genial! Yo también quiero ser parte de eso", respondió Ángela, con determinación.

Sin embargo, no todo era fácil. Un día, mientras estaban en el parque, un grupo de chicos llegó y empezó a burlarse de ellos.

"¿Ustedes dos? ¡No pueden ni patear la pelota!", se rieron.

"¡Dejen de molestar! Nosotros somos los mejores, ¿verdad Ángela?", defendió Wilson.

A pesar de las palabras hirientes, Ángela decidió que no quería rendirse. Junto a Wilson, se propusieron practicar más y mejorar cada día. Decidieron organizar un pequeño torneo en su escuela, donde invitarían a todos los chicos y chicas del barrio.

"Si hacemos un torneo, ¡podremos demostrarles de lo que somos capaces!", sugirió Ángela emocionada.

"Sí, y nosotros seremos el equipo más fuerte", afirmó Wilson con una sonrisa de confianza.

Comenzaron a entrenar a diario, y cada vez mejoraban más. Estaban tan concentrados que se olvidaron de las burlas y se enfocaron en su objetivo. Así llegó el día del torneo. Todos los chicos y chicas se reunieron, y la energía en el aire era contagiosa.

"No importa si ganamos o perdemos, lo que importa es divertirse y dar lo mejor de nosotros", dijo Wilson mientras se preparaban para comenzar.

"¡Sí! Vamos a jugar como nunca antes!", exclamó Ángela.

El torneo fue una gran aventura. Muchos equipos se enfrentaron, pero Ángela y Wilson mostraron todo su talento. Jugaban en equipo, se apoyaban mutuamente y no dejaban que las dudas los afectaran. Con cada partido, su confianza crecía.

Finalmente, llegaron a la final. El rival era un equipo fuerte, pero eso no los detuvo. Ángela recordó todo lo que habían practicado y jugando juntos, lograron anotar un gol. El público gritó de emoción.

"¡¡Gol! !", saltó Wilson.

"¡Lo hicimos! ¡No puedo creerlo!", rió Ángela.

Al final del partido, aunque no ganaron el torneo, quedaron en segundo lugar y la alegría en sus rostros era innegable. Todos los chicos aplaudían y se acercaron a felicitarlos.

"¡Mejoraron muchísimo! ¡Son geniales!", dijo uno de los chicos que antes se había burlado.

"Gracias. Lo hicimos juntos", sonrió Ángela.

Ángela y Wilson aprendieron que lo más importante no era ganar, sino disfrutar y crecer juntos.

"Estoy orgulloso de nosotros. ¡Vamos a seguir practicando!", afirmó Wilson.

"Sí, porque el próximo torneo será aún mejor", contestó Ángela con una gran sonrisa.

Con el tiempo, ambos se convirtieron en brillantes futbolistas, siempre apoyándose mutuamente. Lo que comenzó como una amistad y un sueño compartido se transformó en una hermosa historia de superación y trabajo en equipo. Y así, en aquel pequeño pueblo de Argentina, los sueños de Ángela y Wilson nunca dejaron de brillar.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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