Caperucita y el Bosque Encantado



Era un día soleado cuando Caperucita Roja decidió cruzar el bosque encantado. Había escuchado muchas historias sobre el misterioso lugar, y estaba ansiosa por encontrar algo especial. Mientras caminaba entre los árboles altos y los colores brillantes, se le ocurrió una idea.

"Bosque encantado, yo te pido un favor muy especial", dijo Caperucita levantando las manos al cielo.

"Quiero que me concedas un montón de pastel para llevarle a mi abuelita".

En ese momento, el viento sopló suavemente y unas hojas danzantes comenzaron a girar alrededor de ella. Caperucita sonrió, pensando que su deseo sería cumplido. Pero mientras continuaba su camino, una sombra se acercó sigilosamente. Era el lobo, con su mirada astuta y un aire de picardía en su andar.

"Hola, Caperucita", dijo el lobo, mostrando una sonrisa que no parecía del todo amigable.

"¿Qué haces en este bosque?"

"Voy a ver a mi abuelita", respondió Caperucita sin apartar la vista del lobo.

El lobo, pensando que podría tener una idea brillante, se acercó aún más.

"¿Y si te muestro un camino más rápido?" sugirió el lobo.

Caperucita, un poco desconfiada, recordando las historias que le habían contado, decidió ser cautelosa.

"No gracias, quiero seguir mi camino. Además, no sé si puedo confiar en ti".

El lobo se sintió un poco avergonzado por eso, pero pronto ideó un plan:

"¿Y si te traigo un pastel para que se lo lleves a tu abuela?"

Caperucita frunció el ceño.

"Pero yo quiero que el pastel sea especial, y que venga del bosque".

Sin darse por vencido, el lobo se echó a reír.

"¡Es fácil! Solo tienes que seguirme y yo te conseguiré el pastel más delicioso de todos".

Caperucita dudó. Después de mucho pensar, recordó que el bosque era mágico y que podía ayudarla de alguna manera. Así que decidió acompañar al lobo, pero con cautela.

Mientras caminaban, de repente, se escuchó un estruendo. Un cazador apareció de entre los árboles.

"¡Alto!" gritó el cazador.

"¿Qué está pasando aquí?"

El lobo se asustó y se hizo el desentendido.

"Yo solo le estoy mostrando a Caperucita el camino".

Caperucita levantó la mano.

"Es cierto, pero no les haga caso a las historias. Este lobo solo intenta ayudarme".

"¿Ayudar? ¡Eso no es lo que he oído!" exclamó el cazador.

Pero Caperucita, sin perder la calma, decidió defender al lobo:

"Por favor, escúchenme. A veces, los demás no son lo que parecen. He aprendido que la bondad puede esconderse en lugares inesperados".

El cazador, intrigado por sus palabras, se acercó un poco más.

"¿Sabes qué? Tienes razón. A veces es fácil juzgar solo por las apariencias".

Caperucita con una sonrisa propuso:

"¿Qué les parece si los tres buscamos juntos ese pastel mágico del bosque?".

A pesar de sus diferencias, el lobo y el cazador accedieron. Juntos comenzaron a buscar entre los árboles, hablando y riendo, formando un lazo inesperado. Al poco tiempo, encontraron un claro lleno de flores y, en el centro, una mesa repleta de pasteles coloridos.

"¡Miren!" exclamó Caperucita. “¡El bosque realmente nos ha escuchado!"

Cada uno eligió su pastel favorito y juntos disfrutaron de la deliciosa merienda.

"No importa cómo se vea alguien, lo que cuenta es lo que hay en su corazón" dijo Caperucita mientras compartía su pastel.

"Estoy de acuerdo", agregó el lobo mirando al cazador.

Desde aquel día, Caperucita, el lobo y el cazador se convirtieron en amigos inseparables, explorando juntos el bosque encantado, llenándose de aventuras y risas. Y así, Caperucita aprendió que el verdadero valor no se encuentra en las apariencias, sino en las acciones y la amistad.

Y el bosque, por su parte, continuó guardando sus secretos, siempre listo para conceder deseos a quienes en verdad lo merecían.

FIN.

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