César, el profe come niños



Abril, una niña aventurera de 9 años, comenzaba su primer día en cuarto grado. Nerviosa, miró a su alrededor en la aula llena de compañeros. Todo parecía normal hasta que la puerta se abrió y entró el nuevo profesor, el señor César. Era un hombre muy alto, con una gran barriga que parecía desbordarse de su cinturón.

"¡Hola a todos! Soy el profesor César, pero pueden llamarme Profe" - dijo con una gran sonrisa, mostrando unos dientes blancos y brillantes.

Pero pronto, el entusiasmo de Abril se desvaneció. Había escuchado murmullos en el patio de la escuela.

"¿Escuchaste? El profe César come niños indisciplinados" - le dijo su amiga Sofía.

Abril se sobresaltó.

"No puede ser cierto, ¿verdad?" - preguntó con los ojos muy abiertos.

"Pregunta a cualquiera, le dicen 'el profe come niños' porque siempre se lleva a los más traviesos" - respondió Sofía, asustada pero intrigada.

Con el corazón latiendo rápido, Abril decidió mantener la cabeza baja y comportarse. Sin embargo, las leyendas sobre el profe comenzaron a multiplicarse. Cada día había más rumores:

"Dicen que tiene un sótano en su casa lleno de juguetes robados de los niños que no hacen la tarea".

"Ayer vi a un chico saliendo de su clase y no volvió más".

Abril no podía concentrarse. Se imaginaba a César con un tenedor y cuchillo, esperando comer a cualquier niño que se atreviera a hablar en clase. Pero un día, todo cambió.

Durante la clase de arte, César les pidió que hicieran un dibujo de su comida favorita. Abril, algo nerviosa, decidió dibujar una torta de cumpleaños gigante.

"¡Esto tiene que ser un festín!" - pensó mientras centraba su lápiz sobre el papel.

El profesor se acercó a Abril, observando su dibujo con atención.

"¿Qué hay aquí, Abril?" - preguntó César sonriendo.

"Es una torta de cumpleaños, Profe" - respondió ella, tratando de no temblar.

"¡Qué bien! La comida es una forma de reunirnos, de celebrar la vida. La comida, en vez de separarnos, nos une, ¿no crees?" - respondió César pensativamente.

Abril se sorprendió al ver que el profe hablaba sobre compartir y disfrutar en vez de asustar. Era la primera vez que pensaba en él como un ser humano, no como un monstruo.

Así que, en lugar de seguir temiendo, decidió investigar. Pidió a los otros chicos que se unieran a ella en un plan: el próximo viernes, todos llevarían una comida que disfrutarían juntos en el aula.

Así, entre sándwiches, galletitas y jugo, formaron una gran mesa en el aula.

"¡Hola, Profe!" - gritaron todos cuando entró.

César, sorprendido, miró la mesa colmada de colores y sabores.

"Pero, ¿qué es esto?" - preguntó, sonriendo ampliamente.

"Es una fiesta, Profe. Todos trajimos algo para compartir, porque creemos que la buena comida une a las personas" - dijo Abril, tomando valor.

Inmediatamente, César sonrió alegremente.

"Qué idea increíble, chicos. La comida que hacemos con amor siempre es la más sabrosa" - dijo.

Durante esa pequeña fiesta, los chicos y el profesor hablaron, rieron, jugaron y compartieron historias sobre sus platos favoritos.

Abril comprendió que los rumores eran solo eso: historias sin fundamento. César no era un monstruo, sino un hombre que valoraba la conversación, el respeto y la creatividad.

Desde ese día, la relación entre Abril y su profesor fue especial.

"Gracias por recordar que a veces las historias asustan más de lo que son." - le dijo César en una de sus charlas.

Y así, juntos, aprendieron que en lugar de dejarse llevar por mitos, siempre era mejor compartir, reír y, sobre todo, comer algo rico juntos.

De ahí en adelante, cada clase con César se convirtió en una aventura nueva, llena de risas, aprendizajes y una gran mesa repleta de platos deliciosos que todos compartían. El Profesor César ya no era 'el profe que come niños', sino un amigo que siempre celebraba el festín del saber y la amistad.

FIN.

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