El Árbol Feliz



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un árbol muy especial conocido como el Árbol Feliz. Este árbol tenía hojas brillantes y frondosas que siempre parecían bailar al ritmo del viento. Los niños del pueblo solían venir a jugar a su sombra y contaban historias sobre él.

Un día, un niño llamado Tomás se acercó al árbol y le dijo: "Hola, Árbol Feliz. ¿Por qué siempre pareces tan alegre?"

El Árbol Feliz respondió, "Porque cada vez que alguien se ríe o juega bajo mis ramas, yo siento esa felicidad también. ¡Es un regalo que compartimos!"

Tomás sonrió y se sentó debajo del árbol a jugar con su pelota.

Pasaron los días y pronto todos los niños del pueblo fueron a visitarlo. Un día, los niños decidieron hacer una gran fiesta bajo el Árbol Feliz. Llenaron el lugar de globos, risas y música. Mientras jugaban, algo inesperado ocurrió. Las hojas del árbol comenzaron a brillar más intensamente que nunca e incluso comenzaron a caer, pero no como lo hacen normalmente. En lugar de caer al suelo, las hojas volaron hacia el cielo.

"¡Mirá!" -gritó una niña llamada Clara. "Las hojas se están convirtiendo en estrellas. ¡Es mágico!"

El Árbol Feliz, emocionado, dijo "¡Sí! Cada vez que compartimos nuestra felicidad, trato de multiplicarla. Estas estrellas serán un recordatorio de nuestra alegría."

Sin embargo, la magia del árbol atrajo la atención de un hombre triste del pueblo, el Sr. Gómez. Había sido un artista brillante, pero había dejado de pintar porque decía que nunca volvería a ser feliz. Se acercó y miró con desdén. "¿Qué es esto?" -murmuró.

Los niños, deseando compartir su alegría, se acercaron a él. "¡Ven, Sr. Gómez! ¡Puedes jugar con nosotros!"

"No, no tengo ganas de jugar. La felicidad no es para mí, ya no sé cómo encontrarla," -respondió el hombre.

Tomás, decidido a ayudar, se acercó y le preguntó: "¿Qué te gustaría pintar si fueras feliz?"

El Sr. Gómez se sobresaltó y, tras pensarlo un momento, respondió: "Me gustaría pintar un paisaje lleno de colores y sonrisas... pero eso es solo un sueño."

Los niños, llenos de inspiración, decidieron que el Sr. Gómez merecía volver a descubrir su pasión. "¡Hagamos un mural!" -sugirió Clara entusiasmada. "Podemos ayudarte a pintarlo. ¡Así volverás a sentir alegría!"

El Sr. Gómez dudó, pero se sintió conmovido por el entusiasmo de los niños y aceptó. Juntos, comenzaron a pintar el mural en una pared cerca del Árbol Feliz.

Poco a poco, mientras trabajaban juntos, el Sr. Gómez empezó a recordar lo que era la felicidad. Cada pincelada lo llenaba de colores alegres. Las risas de los niños y la magia del árbol lo impulsaban. "Es increíble... ¡Siento que algo dentro de mí se ilumina!"

Los niños lo animaban, y el mural se llenaba de vida.

Cuando terminaron, el mural era un hermoso paisaje que representaba a todos los habitantes felices del pueblo, jugando y riendo bajo el Árbol Feliz. El Sr. Gómez sonrió más que nunca.

"¡Esto es maravilloso! Gracias, niños, por ayudarme a encontrar mi alegría de nuevo. ¡No sabía que todavía estaba dentro de mí!"

El Árbol Feliz, viendo la transformación del hombre, dijo: "A veces, la felicidad puede parecer lejana, pero siempre está más cerca de lo que creemos, solo necesitamos un poco de ayuda y amor."

Desde ese día, el Sr. Gómez comenzó a pintar otra vez y la alegría regresó a su vida. El pueblo se convirtió en un lugar lleno de alegría, donde todos aprendieron que la felicidad es algo que se comparte y nunca se pierde. Y cada vez que alguien reía bajo el árbol, las hojas brillaban y se llenaban de más estrellas en el cielo.

Y así, el Árbol Feliz se mantuvo como un símbolo de la alegría compartida, un lugar donde cada risa se convertía en una estrella y donde todos recordaban que la felicidad se multiplica cuando se comparte con los demás.

FIN.

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