El Bosque de los Recuerdos



Era una mañana brillante en la pequeña ciudad de Villa Esperanza. Lucy, una niña de ocho años con ojos chispeantes y una sonrisa contagiosa, jugaba en el jardín de su casa con su mejor amigo, un perrito llamado Rayo. Rayo no era un perro cualquiera; tenía un pelaje dorado que brillaba al sol y una energía inagotable que hacía que jugar con él fuera una aventura constante.

Un día, mientras Lucy y Rayo exploraban el jardín, notaron que un pequeño camino se extendía más allá de la cerca. Se miraron, y Lucy, con su curiosidad a flor de piel, dijo:

"¡Vamos a ver adónde conduce ese camino!"

"¡Guau!" respondió Rayo, como si también sintiera la emoción de una nueva aventura.

Caminaron por el sendero y al principio todo fue divertido. Encontraron flores de colores, mariposas danzantes y hasta un arroyo que susurraba suavemente. Pero a medida que avanzaba el día, el camino se hizo más denso, y pronto se dieron cuenta de que se habían alejado mucho de casa.

"No tengo miedo, Rayo. Solo hay que volver un poquito atrás", dijo Lucy, pero al girarse se dio cuenta de que el camino que habían seguido ya no era el mismo.

"¡Rayo, ¿dónde estamos? !" exclamó, viendo que todo parecía diferente y desconocido.

Virginia, la madre de Lucy, siempre le decía que no se alejara demasiado y que volviera siempre por el mismo camino. Pero la emoción y la curiosidad habían podido más.

"No te preocupes, Rayo. Solo necesitamos encontrar un punto de referencia... ¿o algo que nos ayude a volver?"

Mientras buscaban, el cielo se oscureció y una nube de tristeza se instaló en el corazón de Lucy.

De repente, Rayo ladró y salió corriendo detrás de algo en el bosque. -

"¡Esperame, Rayo!" gritó Lucy, pero el perrito ya había desaparecido entre los árboles.

Lucy empezó a llamarlo.

"¡Rayo! ¡Rayo!" Pero no obtuvo respuesta. El pánico la invadió y decidió que debía buscarlo, aunque sabía que era peligroso.

Pasaron los minutos y Lucy, con el corazón en un puño, no encontraba ni a Rayo ni el camino de vuelta. Se sentó bajo un árbol, sintiéndose más sola que nunca. Con lágrimas en los ojos, pensó en lo mucho que extrañaba jugar con él y cómo su risa se llenaba de alegría. Pero en ese momento de tristeza tuvo una idea...

"Si Rayo puede oírme, quizás podría llamarlo mucho más fuerte", pensó. Entonces gritó con todas sus fuerzas:

"¡RAYO! ¡VUELVE!".

En ese instante, Lucy empezó a recordar cada instante que había compartido con él, cada ladrido, cada momento de juego, y entendió que su amor por Rayo era tan fuerte que podía hacer cualquier cosa para encontrarlo.

Finalmente, comenzó a seguir su olfato, cerró los ojos y se concentró en recordar su aroma, en pensar en todo lo hermoso que habían compartido juntos. Así fue como, con un nuevo enfoque, se adentró un poco más en el bosque.

De repente, un pequeño grupo de ardillas comenzó a moverse cerca de ella. Lucy las siguió, pensando que podría ser una señal.

"¿Y si Rayo también las sigue?" se dijo a sí misma. A cada paso que daba, lucía cada vez más decidida. De repente, un ruido la hizo detenerse en seco. Cuando miró hacia el lado, un ramo se rompió y ahí estaba Rayo, moviendo la cola con toda su fuerza, como si estuviera diciendo: "¡Yo te extrañé!"

Lucy corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

"¡Rayo! ¡Te encontré!" dijo sin poder contener la alegría.

Después de un rato, Lucy y Rayo salieron del bosque juntos, más felices que nunca, y comprendieron que a veces se pierden cosas en el camino, pero siempre podemos encontrar lo que amamos si tenemos fe y coraje. También entendieron la importancia de estar siempre alertas y regresar por el mismo camino |

Caminando de vuelta a casa, Lucy murmuró:

"Prometo nunca más alejarme así. Siempre estaré contigo, Rayo, porque en este viaje de vida, tú eres mi mejor amigo". Y así, de la mano, regresaron a su hogar, listos para escribir más aventuras juntos.

FIN.

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