El Brillo de Ana



En un pequeño pueblo lleno de colores, vivía una niña llamada Ana. Ana era conocida por su risa contagiosa y su amor por las flores. Cada mañana, salía al jardín y conversaba con sus plantas:

"¿Cómo amanecieron hoy, queridas? ¡Yo les traigo canciones!"

Las flores le respondían alzando sus pétalos, como si también quisieran bailar.

Un día, Ana conoció a un nuevo vecino llamado Tomás. Tomás era encantador y rápidamente Ana se encariñó con él. Sin embargo, cuando comenzaron a salir, Ana notó que cada vez se reía menos.

"¿Por qué ya no me cuentas sobre tus flores?"

"Es que Tomás, solo quiero pasar tiempo contigo. Mis flores son un poco aburridas."

Con el paso del tiempo, Ana empezó a volver a casa triste. Era como si la risa que una vez la llenaba se hubiera desvanecido. Las florcitas en su jardín también lo notaron y una diminuta margarita le dijo:

"Ana, tú solías estar llena de alegría. Pero mirá, ahora casi no cantás."

"No sé, margarita. Tomás parece querer lo que es mejor para mí, pero él no ama mi verdadera esencia. Se siente tan pesado. "

Un día, después de una conversación difícil con Tomás, que le dijo que no le gustaban sus canciones, Ana decidió salir al jardín. Necesitaba claridad.

"Margarita, ¿crees que alguna vez volveré a ser feliz?"

"Claro que sí, Ana, sólo tienes que recordar quién sos. A veces, lo mejor que podemos hacer es dejar ir lo que nos amarga."

"Pero, ¿y si me duele perder a Tomás?"

"A veces el dolor es necesario para encontrar tu verdadera alegría. Recuerda, el amor debería hacerte brillar, no opacar tu luz."

Ana reflexionó, y de pronto se dio cuenta de que su brillo le pertenecía a ella y no a nadie más. Así que, decidió que era el momento de cambiar.

Esa tarde, luego de decirle a Tomás que necesitaba un tiempo a solas, salió al jardín con su guitarra.

"¡Hoy es un gran día!"

Y comenzó a tocar la canción que siempre había amado:

"Al sol brillando, danzo yo, las flores cantando a mi alrededor!"

A medida que cantaba, una luz dorada empezó a rodearla. Las flores empezaron a mover sus pétalos al compás de la música.

"¿Ves, Ana? ¡Así se hace!"

"¡Margarita! ¡Estoy volviendo a brillar!"

Cada nota rescataba su risa y felicidad perdida. Sus amigos, los pájaros, se unieron también, trinando melodías alegres.

Tomás, al escuchar la música, se asomó por la ventana. Extrañamente, Ana no sentía el miedo de lo que él pudiera pensar.

"Ana, ¿qué estás haciendo?"

"Estoy siendo yo misma, Tomás. Ya no puedo olvidarme de mi alegría por querer encajar en lo que piensas.

Tomás sonrió, sin embargo, el brillo de Ana era tan intenso que se dio cuenta de que ella había decidido brillar por sí sola.

"Parece que te va bien sin mí, solo espero que encuentres la felicidad que merecés."

"Lo haré, Tomás. Desearía que también encontrés tu propio brillo."

Ella se despidió con una sonrisa, sabiendo que la luz que había recuperado era irremplazable. Con el tiempo, Ana volvió a llenar su jardín de canciones y risas.

Los días fueron pasando, y lo más hermoso pasó: su brillo comenzó a atraer no solo a flores y pájaros, sino también a nuevos amigos que admiraban su alegría. En su jardín, todos querían jugar y cantar, recordándole cada día lo especial que era ser auténtica.

"Ana, no puedo dejar de cantar contigo!"

"Gracias, amigos. Al lado de ustedes, siento que realmente brillo. Nunca dejen de ser quienes son."

Y así, Ana aprendió que el verdadero amor no opaca tu luz, sino que la ilumina. Ella volvió a ser la alegre Ana que los demás amaban, brillante como nunca antes, haciendo del mundo un lugar más colorido con su risa.

Y cada vez que se encontraba con una flor, le recordaba:

"Nunca olviden brillar, ¡porque el mundo necesita de su luz!"

Fin.

FIN.

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