El Día de las Siestas Mágicas



Era una hermosa mañana soleada en la casa de los Martínez. Juanito, un niño curioso de ocho años, había estado enfermo toda la semana. Mamá, preocupada, decidió darle un jarabe que él consideraba —"asqueroso"  pero que la mamá aseguraba que lo haría sentir mucho mejor.

"¡No quiero tomarlo!" - protestó Juanito, haciendo un gesto de desagrado.

"Es para que te recuperes, mi amor. Solo un poquito más" - le dijo Mamá, sonriendo mientras lo ayudaba a tomar la medicina.

Después de tomarlo, el pequeño se sintió tan cansado que se quedó dormido inmediatamente. No despertó ni cuando el sol alcanzó su punto más alto, y fue entonces cuando Mamá empezó a preocuparse.

"¡Juanito, despierta!" - lo llamó, pero recibió sólo un ronquido como respuesta. La preocupación creció en su corazón. ¿Qué pasaba con su hijo?

Todavía inquieta, Mamá decidió hacerle una deliciosa sopa, pensando que el rico aroma lo despertaría. Cuando brilló la luz del medio día, Juanito por fin abrió los ojos a las 11:30 a.m.

"¿Mamá?" - preguntó confundido. "¿Qué hora es?"

"¡Muchacho! Pensé que no ibas a despertar nunca. ¡Son las once y media!" - suspiró Mamá aliviada.

Sin embargo, lo que Juanito no sabía era que el día siguiente traería otra sorpresa. Esa mañana, Papá se levantó temprano para preparar el desayuno. Mientras tanto, su hermana menor, Lulú, estaba sentada en la mesa, tamborileando los dedos.

"Papá, tengo mucho sueño. Quiero dormir un ratito más" - dijo Lulú, con los ojos entrecerrados.

"Está bien, Lulú. Solo cinco minutos. Pero primero, tomá tu medicina. Es para que estés fuerte como tu hermano" - dijo Papá, sin darse cuenta que la medicina que le estaba dando era para adultos.

Lulú tomó el jarabe con gusto, sin entender que no era el mismo que el de Juanito. El sabor dulce la hizo sentir soñolienta, y se fue a su habitación donde se quedó dormida. Mientras tanto, Papá también se sumió en sus pensamientos y no se dio cuenta del tiempo que pasaba.

Cuando el reloj marcó la hora del almuerzo, Mamá fue a buscar a Lulú.

"Lulú, cariño, es hora de comer. ¡Despertate!" - murmuró Mamá mientras entraba en la habitación. Pero, igual que con Juanito, no recibió respuesta.

"Esto es raro... ¿Por qué no despierta?" - se preguntó Mamá, preocupándose.

Finalmente, Juanito, ya recuperado, apareció en el salón, olfateando el aroma de la comida.

"¿Dónde está Lulú?" - preguntó.

"No lo sé, está durmiendo... No me gusta nada esto" - dijo Mamá, mirando hacia la habitación de Lulú, ansiosa.

Espontáneamente, Juanito decidió actuar. ¡Él podía ayudar! Recordando un cuento que había leído donde un niño tocaba el tambor para despertar a un dragón, pensó que le podría funcionar a su hermana.

"¡Voy a sacudirla!" - exclamó Juanito, corriendo hacia la habitación.

Comenzó a hacer ruido, golpeando una almohada, muy emocionado. Lulú, despertando poco a poco, decidió unirse al juego.

"¡Juanito! ¡Estás raro!" - dijo entre risas, aunque la confusión le hacía enfrentar la realidad.

Y así, después de algunos minutos de risas, Lulú finalmente se despertó completamente mientras Juanito la pinchaba con suavidad.

"¿Qué pasó?" - preguntó la niña, confusa.

"Te dio un sueño profundo la medicina de Papá" - explicó Juanito, dando un suspiro de alivio.

Aquella tarde, después de muchas risas y juegos, los tres se sentaron a la mesa.

"Mamá, ¿por qué hay medicina para grandes y medicina para chicos?" - preguntó Lulú.

Esa pregunta motivó a Mamá a contarles sobre lo importante que era seguir las instrucciones de los médicos y que no todos los medicamentos sirven para todos.

"Los adultos son más grandes, por eso necesitan más medicina. La de los niños es especialmente hecha para ustedes, para que estén seguros y saludables" - explicó Mamá con cariño.

Y así, cada uno se sintió aliviado por la lección aprendida y prometieron estar más atentos en el futuro. Desde aquel día, Juanito y Lulú hicieron un pacto de siempre preguntar antes de tomar cualquier medicina.

"Ahora sabemos que las siestas también pueden ser mágicas, pero controladas" - rió Juanito.

Y así, la vida en casa de los Martínez continuó, llena de risas y aprendizajes que fortalecieron el vínculo entre los hermanos y la importancia de cuidar de su salud con la ayuda de sus papás.

FIN.

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