El fuego que no se apaga



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Luminaria, donde todos los días el sol brillaba y la gente se saludaba con una sonrisa. Pero, una noche, sin que nadie lo esperara, una sombra oscura comenzó a extenderse por la plaza del pueblo, envolviendo todo a su alrededor.

Los habitantes de Luminaria se asustaron mucho, y una voz temblorosa se escuchó entre la multitud:

"¿Qué es esto? ¿Por qué está cubriendo nuestro pueblo?"

Era la joven Clara, conocida por su valentía.

"¡No lo sé, pero debemos hacer algo!", respondió Tomás, su mejor amigo y un gran inventor.

Decidieron que lo mejor sería investigar. Mientras caminaban, Clara notó que la sombra se parecía más a una niebla y que, en el fondo, parecían verse chispas de fuego.

"Tomás, ¿y si la sombra en realidad es una señal? Tal vez el fuego de la esperanza se ha apagado y necesitamos encenderlo de nuevo", sugirió Clara.

"Puede ser, Clara. Pero, ¿cómo lo haremos?", preguntó Tomás.

"Alguna vez escuché a mi abuela hablar de espíritus que cuidan el fuego de la vida. Tal vez necesitemos encontrarlos para que nos ayuden", contestó ella, mirando a su amigo con determinación.

Así que, decidieron entrar en el bosque que estaba al borde del pueblo. Se había contado que ahí vivían espíritus de la naturaleza, quienes custodiaban el fuego de la vida. La niebla se espesó a medida que avanzaban, pero Clara no se dejó llevar por el miedo.

"Vamos, Tomás. Solo tenemos que creer que podemos encontrar esos espíritus".

Después de un rato, se encontraron con un árbol muy extraño, cuyas ramas parecían brazos tratando de tocarlos. De este árbol, emerge un espíritu luminoso.

"¿Quiénes son ustedes que se aventuran en mi bosque?" preguntó el espíritu, con una voz suave como el brillo de una estrella.

"Soy Clara, y él es Tomás. Venimos a buscar el fuego que se apaga en nuestro pueblo. La sombra ha cubierto todo", dijo Clara, con voz decidida.

"La sombra no es el fin, sino una prueba. Solo aquellos que llevan la chispa del valor pueden encender de nuevo el fuego. ¿Están listos para enfrentar los desafíos?"

"¡Sí! Estamos listos!", exclamó Tomás, entusiasmado.

"Para restaurar el fuego, deberán superar tres desafíos. El primero será enfrentar sus miedos. ¿Están listos?"

Clara y Tomás asintieron. Con un susurro mágico, el espíritu los transportó a un mundo donde tenían que cruzar un puente sobre un abismo.

Frente a ellos, la voz de sus peores miedos resonó:

"¡No pueden cruzar! ¡Se caerán!"

"¡No! Yo tengo el fuego de la esperanza en mi corazón!", gritó Clara, mientras daba un paso firme.

Tomás siguió detrás, apoyándose en la fe de su amiga. Juntos cruzaron el puente, sintiéndose más fuertes.

Una vez en el otro lado, nuevamente se encontraron con el espíritu.

"¡Han superado el primer desafío! Ahora, enfrentemos la oscuridad. Deben encontrar la luz en su interior para iluminar su camino. ¡Vivirán una noche en completa oscuridad!"

Ambos fueron sumergidos en la oscuridad total. Tomás comenzó a ponerse nervioso:

"No veo nada, Clara, estoy asustado. ¿Y si no encontramos la luz?"

"Tranquilo, Tomás. Recuerda, la luz puede venir de cualquier parte. Cierra los ojos y busca dentro de ti".

Tomás respiró hondo y, poco a poco, sintió una pequeña chispa encenderse en su pecho.

"Clara, lo siento. Es como una estrella. ¿Lo ves?"

"Lo siento también. Es nuestra luz, está aquí", dijo Clara iluminando el camino con su voz.

Entre ambos comenzaron a compartir historias y risas que resonaron en la oscuridad. Pronto, la oscuridad se disipó y se encontraron a sí mismos de nuevo frente al espíritu.

"Han vencido al miedo y encontrado la luz. Solo les queda un último desafío: compartir su fuego con otros".

Al regresar a Luminaria, se dieron cuenta de que la sombra estaba mezclada con el fuego, casi como si existiera un ciclo entre ambos.

"Debemos mostrarles a todos cómo encender su propio fuego. Si cada uno comparte su chispa de esperanza, las sombras no podrán quedarse aquí"

"Sí, hagamos una gran reunión. Contemos nuestras historias!"

Así, Clara, Tomás y los habitantes comenzaron a hablar y compartir sus miedos, pensamientos y sueños, convirtiendo la plaza de Luminaria en un lugar lleno de luz, color y calor. Las sombras se retiraron, y de esa experiencia, todos aprendieron que, incluso en las nieblas más oscuras, siempre hay una luz dentro de cada uno que puede ser compartida.

Y así, el pueblo jamás olvidó que el fuego de la esperanza nunca se debe dejar apagar, pues juntos, eran más fuertes que cualquier sombra.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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