El Gran Descubrimiento de Sofía



Era una mañana soleada en el barrio de Sofía. La niña de siete años jugaba en el parque con sus amigos. Con energía, corría de un lado a otro, pero cada vez que lo hacía, se tropezaba con sus cordones desatados.

- ¡Ay! -exclamó Sofía mientras se caía al suelo- ¿Por qué no puedo atarme los cordones como ustedes?

Sus amigos la miraron con compasión. Tomás, su mejor amigo, se acercó y le dijo:

- Todos aprendimos en algún momento, Sofía. Podés hacerlo, solo tenés que intentarlo.

Sofía asintió, motivada por las palabras de Tomás. Esa misma tarde, decidió que iba a aprender a atarse los cordones. Se sentó en la sala de su casa, enfrente de su mamá.

- Mamá, quiero aprender a atarme los cordones. -proclamó con firmeza.

Su mamá sonrió y le trajo unos cordones de colores vivos.

- Genial, Sofía. Vamos a empezar. Primero, mirá cómo hago: el truco está en formar un lazo.

Sofía tañía los cordones, pero se le enredaban entre sí.

- ¡Esto no es tan fácil! -se quejó Sofía.

Su mamá la abrazó y explicó:

- Practicá con calma. Cada vez que fallás, aprendés un poco más. Así es como se hace.

Sofía tomó una respiración profunda y volvió a intentarlo. Después de varios fracasos y risas, finalmente logró hacer un nudo. La alegría iluminó su rostro.

- ¡Mirá, mamá! Hice un nudo.

- ¡Bien hecho, Sofía! Ahora, el siguiente paso es hacer el lazo.

Sofía se frustró de nuevo. El lazo parecía un rompecabezas complicado. Fue en ese momento que su hermanito, Julián, que jugaba cerca, se acercó a mirar.

- ¿Puedo ayudar? -preguntó Julián, con sus ojos brillantes.

Sofía dudó, un poco celosa de que su hermano pudiera saber. Pero decidió que aceptaría la ayuda.

- Está bien. ¿Qué deberíamos hacer?

Julián le mostró cómo enrollar los cordones y formar el lazo. Juntos reían y se animaban mutuamente.

- ¡Sí, eso es! -gritó Julián cuando Sofía se acercaba al éxito.

Finalmente, tras varios intentos, Sofía logró atarse los cordones por sí misma. Estaba tan emocionada que corrió al espejo para mostrar su obra maestra.

- ¡Mirá, me los até por mí misma!

- ¡Sofía, sos una genia! -dijo Julián.

Desde ese día, Sofía empezó a usar sus nuevos lazos con orgullo. En el parque, se sentía diferente, más confiada. Cada vez que alguien se caía por tener los cordones desatados, se acercaba ayudando.

- ¡No te preocupes, yo puedo mostrarte! -decía Sonriendo.

No pasó mucho tiempo hasta que un día, se dio cuenta de que había un nuevo niño en el parque. Se llamaba Lucas y parecía tener problemas con sus cordones.

- ¿Querés que te enseñe cómo atártelo? -ofreció Sofía, recordando lo difícil que fue aprender.

Lucas la miró desconfiado al principio, pero luego asintió con entusiasmo.

- ¡Sí! Me encantaría aprender.

Sofía se agachó, tomó un par de cordones y sonrió, sintiéndose como una maestra.

- Primero, hacemos un nudo...

Mientras le explicaba a Lucas, Sofía recordó todos los tropiezos y las risas vividas mientras aprendía. Al ver cómo Lucas finalmente lograba atarse los cordones, Sofía sintió que su corazón se llenaba de alegría.

- ¡Lo lograste! -dijo Sofía, dándole un fuerte abrazo a Lucas.

Juntos, se rieron y celebraron su pequeño logro, y Sofía supo que aprender a atarse los cordones no solo la había ayudado a ella, sino que ahora podía ayudar a otros.

Con el tiempo, Sofía se convirtió en la experta de atar cordones del parque. Los niños la buscaban para que les enseñara y ella siempre estaba dispuesta a compartir su alegría y conocimiento. Así, lo que empezó como un desafío se transformó en una hermosa oportunidad para crear lazos de amistad.

A partir de ese día, Sofía no solo se ató los cordones de sus zapatos; se ató un sinfín de momentos de alegría y aprendizaje en su corazón. Y siempre recordaría que la perseverancia y la ayuda entre amigos son la clave para superar cualquier dificultad.

FIN.

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