El Jardín de los Sueños



En un rincón apartadito de la ciudad, había un jardín que sólo aparecía cuando caía la noche. Nadie sabía de él, salvo dos niños: Ana y Lucas. Ana era una niña curiosa, con ojos grandes y brillantes como dos estrellas que reflejaban su espíritu aventurero. Tenía el cabello rizado que caía sobre sus hombros como una cascada desordenada, y siempre llevaba consigo una linterna de colores mágicos que parecía iluminar no solo el camino, sino también el corazón de quienes la rodeaban. Por otro lado, Lucas era un poco más tímido, con cabellos castaños y siempre un libro bajo el brazo. Sus ojos, aunque menos radiantes, tenían una profunda sabiduría que lo hacía especial.

Una noche, mientras exploraban el vecindario en busca de nuevas aventuras, Ana exclamó:

"¡Mirá, Lucas! ¿Viste esa luz en el cielo? Parece que nos llama a ese jardín".

Con el corazón palpitante, se acercaron a un portón cubierto de enredaderas que nunca antes habían notado. Al cruzar el umbral, fueron recibidos por un espectáculo que los dejó sin aliento: un jardín iluminado por flores que brillaban en colores que ni siquiera podían nombrar. El aire olía a dulzura y cada paso que daban era un eco de risas lejanas.

"¿Por qué nadie viene aquí?" preguntó Luis, maravillado y confundido.

Ana miró al horizonte de estrellas que parecían bajar para bailar entre las flores.

"Quizás lo que buscamos todos está aquí, en este rincón olvidado" dijo mientras danzaba entre las luces.

Mientras conversaban, de repente, las flores comenzaron a murmurar:

"¡Bienvenidos, pequeños soñadores! Aquí cada sueño que compartan crecerá y los llevará a lugares mágicos".

Intrigados, los niños se miraron y Lucas replicó:

"¡Vamos a compartir nuestros sueños! Yo quiero saber qué hay más allá del cielo".

Anna, con una sonrisa traviesa, declaró:

"Y yo quiero saber cómo hablar con los animales".

Al tocar las flores, un torbellino de colores los envolvió. De repente, se encontraron montando lo que parecía un brillante arcoíris de sombra y luz, sobrevolando su ciudad.

"¡Esto es increíble!" gritaba Ana emocionada. Lucas solo podía asentir, maravillado y con la boca abierta. Pasaron entre nubes de caramelo, y en la cima de la ciudad, descendieron justo frente a una perrera donde todos los animales hablaban.

- “¡Hola, amigos!" ladró un perro joya, también conocido como el Guardian de los Sueños. "Bienvenidos, ¿qué sueños traen?".

Ana y Lucas, con los ojos brillantes, compartieron sus deseos. Pronto, todos los animales comenzaron a contarles historias sobre lo que significaba soñar y lo importante que era nunca dejar de hacerlo.

Al poco tiempo, el perro sostuvo un gran hueso dorado y dijo:

"Esto representa todos los sueños cumplidos. Cada uno de ustedes tiene un hueso por descubrir en su vida".

Los niños se sintieron emocionados. Sin embargo, de repente, el cielo comenzó a oscurecerse.

"¡Debemos irnos, el tiempo se agota!" gritó Ana mientras miraba a su alrededor.

Sorprendidos, ambos niños se dieron cuenta de que las luces del jardín empezaban a desvanecerse. Corrieron hacia el portal donde habían entrado, pero no sin antes prometerle al perro y a los otros animales que volverían.

- “¡No se olviden de sus sueños! ” resonó su voz en la distancia, mientras cruzaban de nuevo el umbral.

A la mañana siguiente, en su vecindario, Ana y Lucas despertaron con energías renovadas.

- “Debemos contarle a todos lo que vivimos anoche”, dijo Lucas, lleno de entusiasmo.

- “Sí, y les mostraremos cómo pueden descubrir su propio jardín de sueños”, compartió Ana, encantada.

Desde aquel día, los dos amigos comenzaron a contarle a todos sobre la importancia de soñar y perseguir esos sueños, recordándoles que siempre hay un jardín esperando ser encontrado, lleno de maravillas y posibilidades.

Así, poco a poco, el jardín de los sueños se convirtió en el lugar al que todos querían ir, donde cada sueño contaba una historia, y juntos aprendieron que nunca es demasiado tarde para soñar, y que siempre hay magia en cada rincón del mundo.

FIN.

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