El ladrón que aprendió a soñar



Era una noche tranquila en la casa de Martina. Con su perro Toby al lado, la niña leía un cuento en voz alta. De repente, un ruido fuerte la hizo detenerse.

- ¡Toby! ¿Escuchaste eso? - dijo Martina, y el perro ladró asustado.

Hacía un instante que la niña había apagado la luz del salón, y su curiosidad la llevó hacia la ventana, donde vio una sombra moverse cerca de la puerta trasera. Con un poco de miedo y mucha valentía, decidió asomarse a ver qué pasaba.

- ¿Quién anda ahí? - preguntó, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta.

De repente, la puerta se abrió y apareció un joven desconocido que, al ver a la niña, se quedó petrificado. Era un ladrón. Sin embargo, no parecía estar dispuesto a pelear.

- ¡No! ¡No te asustes! - dijo el ladrón, levantando las manos. - No quiero hacerte daño. Solo... solo vengo a buscar algo que llevarme.

- ¿Por qué? - preguntó Martina, cuidando de que Toby no le saltara encima al intruso. - ¿No sabes que está mal robar?

El ladrón bajó la mirada, como si las palabras de la niña le hubiesen hecho reflexionar.

- Lo sé... - respondió con voz apagada. - Pero no tengo trabajo... y necesito dinero.

- ¿Y no hay otra forma de conseguirlo? - Martina sentía una mezcla de compasión y curiosidad.

- He intentado muchas cosas, pero no tengo suerte - dijo el ladrón, luciendo derrotado.

Martina miró a Toby, quien se había calmado un poco. Una chispa de idea brilló en su mente.

- ¿Y si te ayudo? - preguntó Martina.

El ladrón la miró sorprendido.

- ¿Ayudarme? ¿Por qué harías eso?

- Porque creo que todos merecemos una oportunidad. - explicó Martina. - Ven, tengo una idea.

Martina tomó la mano del ladrón y lo llevó a su cuarto. Allí, comenzó a buscar en su ropero.

- Mirá, tengo ropa que ya no uso. Podés llevarte esta mochila y llenarla con las cosas que realmente necesites, pero no de esta casa. - dijo entregándole un conjunto de ropa usada pero en buen estado. - Y después, vamos a buscar un trabajo.

El ladrón, confundido y emocionado, miró a la niña.

- ¿En serio quieres ayudarme a conseguir un trabajo?

- Sí - respondió Martina con una sonrisa. - Hay un centro comunitario cerca de aquí donde suelen buscar personas para ayudar. Seguramente podrían darte una oportunidad si les explicás tu situación.

Poco a poco, el ladrón comenzó a cambiar su semblante. La ayuda y la compasión de la niña comenzaron a encender una pequeña llama de ilusión en su corazón.

- Gracias, no sé qué decir... - musitó, sintiéndose por primera vez comprendido.

- ¡Dilo! ¡Dilo! - animó Martina. - ¡Dilo, que empezás a cambiar tu vida!

Y así, el ladrón, que realmente se llamaba Tomás, decidió dejar atrás su vida de crímenes. Junto a Martina, se dirigieron al centro comunitario.

Al llegar, un hombre amable les recibió.

- Hola, niños. ¿Cómo puedo ayudarles?

Martina explicó la situación de Tomás, mientras él escuchaba, algo nervioso. Al finalizar su relato, el hombre sonrió y dijo:

- Bueno, Tomás, aquí en nuestro centro siempre estamos en busca de ayudantes. Tenemos varios trabajos de limpieza y jardinería. ¿Te gustaría probar?

Tomás asintió, sintiendo que una nueva oportunidad comenzaba a germinar en su corazón.

- ¡Claro que sí! - dijo, y agregó: - Gracias a vos, Martina.

Martina sonrió, y así, Tomás comenzó un nuevo capítulo en su vida. Con esfuerzo, el joven aprendió a soñar y a hacer las cosas bien, siempre agradecido por la oportunidad que una niña tan valiente le brindó.

Desde ese día, Tomás dejó de ser un ladrón y se convirtió en un amigo. Y mientras tanto, Martina se dio cuenta de que, a veces, lo que parece malo en un comienzo puede transformarse en algo bonito, siempre que haya disposición para ayudarse mutuamente.

Al final de su historia, Tomás le enseñó a Martina que nunca hay que rendirse, y ella le mostró que la compasión puede cambiar vidas.

FIN.

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