El Misterio del Buzón Desaparecido
Era un día soleado en el barrio de Puente Saavedra, y Teodora estaba sentada en su silla de mimbre, disfrutando de un mate frente a su casa. Desde allí podía ver el colorido bullicio de los transeúntes que pasaban, especialmente el querido buzón de correo en la esquina de la Avenida Cabildo.
Teodora, una mujer mayor con una memoria prodigiosa, había vivido en el barrio toda su vida. Cada semana, llevaba sus cartas y postales al buzón, esperando que sus amigos en otros lugares las recibieran. Pero aquel día, algo extraño ocurrió. Al levantarse de su silla, notó que el buzón ¡no estaba!"¡Pero qué locura!" exclamó Teodora, frotándose los ojos,
Entonces, decidió investigar. Se acercó a la esquina y miró alrededor. "¿Alguien ha visto el buzón?" preguntó a un grupo de niños que jugaban a la pelota.
"¿Cuál buzón, señora?" respondió uno de ellos, confundido.
"El de ahí, en la esquina, el que siempre está lleno de cartas. ¡No sé dónde se fue!" Teodora sentía que algo no estaba bien.
Con sus amigos del café, Carlos y Elena, hicieron un plan para resolver el misterio. "No puede desaparecer así nomás," comentó Carlos, mientras revolvía su café.
"Tal vez alguien lo haya llevado a reparar, ¿no?" sugirió Elena con optimismo.
Decididos a seguir el rastro del buzón, decidieron preguntar a los vecinos. Primero visitaron a Don Alberto, el panadero. "¡Don Alberto, usted siempre sabe todo! Ha visto el buzón, ¿verdad?"
Don Alberto hizo una mueca y respondió: "Hoy no lo vi, pero escuché que un grupo de niños estaba jugando cerca. Tal vez lo tocaron..."
"Los niños nunca tocan nada, no son así, ¡hay que buscar!" dijo Teodora, preocupada.
Continuaron su búsqueda y llegaron al parque, donde encontraron a un grupo de niños jugando. "¿Han visto el buzón de correo?" preguntó Teodora, con algo de esperanza.
Los niños se miraron entre sí. "No, pero vimos un pedazo de metal brillante cerca de la cancha. Tal vez eso sea parte del buzón," dijo una niña llamada Flor.
Con el nuevo dato, Teodora y sus amigos se dirigieron a la cancha. Allí, encontraron un resorte rojo y parte de una chapa, algo que parecía muy antiguo. "Esto tiene que ver con el buzón," dijo Elena, emocionada.
"Quizás alguien lo llevó para pintarlo," sugirió Carlos.
Elena miró alrededor y se dio cuenta de que un grupo de artistas a menudo se reunía cerca para graffitear. "¡Chicos! ¡Vamos a preguntarles!"
Los artistas, un poco sorprendidos, escucharon la historia de Teodora. "Es triste que haya desaparecido el buzón. ¡Siempre lo usamos!" dijo Matías, uno de los jóvenes. "Lo llevamos para arreglarlo. A veces necesita un poco de color. ¿Se les ocurre algo lindo que podamos pintar en él?"
Teodora sonrió de alivio. "Claro, podríamos decorar el buzón con dibujos de cartas volando por los aires, para que todos recuerden cuán importantes son las palabras que compartimos."
Los artistas aceptaron encantados la idea, y en un par de días, volvieron al barrio con el buzón brillante y nuevo, rodeado de coloridas ilustraciones. El equipo de artistas, junto a Teodora y sus amigos, organizaron una fiesta para la reinauguración del buzón.
"¡Gracias a todos por su ayuda!" dijo Teodora, con su voz llena de alegría. "Nunca olvidemos la importancia de comunicarnos y mantener vivos los lazos de amistad."
Desde entonces, el buzón nunca volvió a faltar. Teodora se convirtió en la guardiana de las cartas del barrio, y todos los habitantes la conocían por su amor a las palabras.
Con cada carta que depositaban, Teodora les recordaba a los niños la magia de escribir y compartir historias, y así, por muchos años, el buzón de color vibrante continuó siendo el corazón del barrio de Puente Saavedra.
FIN.