El Niño y las Estrellas



Era una noche cálida de verano, y Santiago, un niño de siete años, se encontraba sentado a la orilla de un río. Las luces del cielo brillaban como diamantes, y su corazón latía de emoción cada vez que miraba las estrellas.

- ¡Qué hermosas son! - exclamó Santiago, balanceando sus piernas sobre el agua. - ¿Quién se habrá llevado las estrellas para ponerlas aquí?

De repente, un suave susurro se escuchó entre los árboles.

- Yo soy Luna, la estrella viajera - dijo una pequeña luz que se acercó volando. - He escuchado tus deseos y vine a ayudarte a descubrir lo que hay más allá de estas aguas.

Santiago, sorprendido, preguntó:

- ¿De verdad puedes ayudarme? Desde hace tiempo deseo saber cómo se siente volar entre las estrellas.

- ¡Por supuesto! Pero primero debes aprender a creer en ti mismo - respondió Luna mientras giraba a su alrededor.

Con un destello brillante, Luna se convirtió en un pequeño barco de luz flotante.

- Subí, y juntos viajaramos a un mundo donde los sueños se hacen realidad - dijo con una voz suave.

El niño, lleno de entusiasmo, se subió al barco y, en un instante, elevaron su rumbo hacia el cielo nocturno. El río se convirtió en un camino brillante, y conforme ascendían, Santiago escuchaba la melodía de las estrellas.

- ¡Vamos, siente cómo late el universo! - le animó Luna. Santiago cerró los ojos, y comenzó a imaginar cómo sería deslizarse entre las estrellas.

De repente, el barco se detuvo. Santiago abrió los ojos y se dio cuenta de que estaban en un mágico jardín detrás de las nubes. Había flores de colores brillantes que nunca había visto y criaturas que hablaban entre sí. Pudo ver a los pájaros revoloteando y a las mariposas danzando al ritmo del viento.

- ¿Qué lugar es este? - preguntó con asombro Santiago.

- Esto es el Jardín de los Sueños, donde todos los deseos de los corazones valientes se hacen realidad - respondió Luna.

Santiago se sintió cada vez más emocionado y decidido.

- Quiero aprender a volar como ustedes - dijo señalando a los pájaros. - Quiero sentir la libertad del viento en mi cara.

Luna sonrió y le respondió:

- Para volar, primero debes creer que puedes hacerlo. Cuando pongas tu corazón en ello, tus sueños te llevarán lejos.

Santiago sintió que el impulso en su interior crecía. Con un fuerte grito de ánimo, abrió sus brazos y saltó al vacío. En ese momento, se sintió ligero como una pluma, y pronto comenzó a ascender entre las nubes, volando junto con las estrellas.

- ¡Mirá, estoy volando! - rió emocionado Santiago. Pero de repente, sintió que empezaba a caer. Asustado, miró a Luna, que lo observaba con tranquilidad.

- No tengas miedo, solo debes concentrarte en tu deseo de volar. ¡Cada caída te enseña a levantarte! - le recordó.

Santiago cerró los ojos, respiró hondo y recordó la belleza del Jardín de los Sueños. Con esfuerzo, extendió sus brazos nuevamente. Aunque aún dudaba, se dio cuenta de que su deseo de volar era más fuerte que su miedo.

En un instante, sus pies volvieron a elevarse, y se encontró surcando el cielo. Santiago rió de alegría mientras danzaba entre las estrellas, más libre que nunca. Pasó horas volando y explorando el mundo encantado.

Finalmente, Luna le dijo:

- Es hora de regresar, Santiago. Recuerda siempre que tú tienes el poder de hacer que tus sueños se conviertan en realidad, solo necesitas creer en ti mismo.

Con una sonrisa, Santiago despidió al mágico jardín y descendió lentamente hacia la orilla del río. Al tocar la tierra nuevamente, sintió que había descubierto algo importante.

- Nunca olvidaré lo que aprendí hoy. - pensó. - Siempre tendré que creer en mí mismo, ¡y mis sueños volarán alto!

Y así, ese cálido verano, Santiago aprendió que no solo se trataba de mirar las estrellas, sino de tener el valor de alcanzarlas. Desde esa noche, cada vez que miraba al cielo, sabía que volar era posible, siempre que uno se atreviera a soñar.

Así, Santiago volvió a su casa con el corazón lleno de esperanza, listo para enfrentar el nuevo día con una sonrisa en su rostro y estrellas en sus ojos.

FIN.

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