El Pequeño Dragón y el Castillo Encantado



Había una vez un pequeño dragón llamado Fuego, que vivía en una cueva en lo alto de una montaña. Fuego era un dragón muy curioso y le encantaba explorar el mundo. Una mañana, mientras Fuego volaba sobre el bosque, vio algo brillante entre los árboles.

- ¿Qué será eso? - se preguntó Fuego, llenándose de emoción.

Decidido a descubrirlo, se acercó volando y, al aterrizar, vio que el brillo provenía de un hermoso castillo antiguo, cubierto de enredaderas y flores. Fuego se acercó aún más y notó que una pequeña puerta estaba entreabierta.

- ¡Este lugar es mágico! - exclamó mientras se adentraba en el castillo.

Dentro, el castillo estaba lleno de espejos y luces danzantes. En medio del gran salón había un espejo que brillaba intensamente.

- ¿Qué eres tú? - preguntó Fuego con curiosidad.

- Soy el Espejo de los Sueños - respondió el espejo con una voz suave. - Puedo mostrarte tus más profundos deseos, si estás listo para ver.

Fuego sintió una mezcla de emoción y nervios.

- Estoy listo, muéstrame, por favor. - dijo con fervor.

El espejo comenzó a brillar y, de repente, Fuego se vio a sí mismo volando alto, llevando alegría a los habitantes de distintos pueblos, ayudando a los animales y haciendo amigos en el camino.

- ¡Eso es lo que quiero hacer! - gritó Fuego.

- Pero recuerda - advirtió el espejo - no todo es tan sencillo. Para cumplir esos sueños, deberás aprender a confiar en ti mismo y también a superar tus miedos.

Fuego reflexionó por un momento.

- ¿Cómo puedo hacerlo? - preguntó.

- Enfréntate a tus temores. Da pasos pequeños y no dejes que la duda te detenga. - respondió el espejo.

Motivado por sus palabras, Fuego decidió salir a explorar. Voló hacia el primer pueblo que encontró, pero se dio cuenta que estaba un poco asustado de lo que otros pudieran pensar de él.

- ¿Y si no les gusto? - pensaba mientras temblaba un poco.

Entonces se acordó de lo que el espejo le había dicho. Respiró hondo y se acercó al pueblo.

Con cada batir de sus alas, comenzó a sentir más confianza y se lanzó al centro del pueblo.

- ¡Hola! - gritó con alegría. - Soy Fuego, el pequeño dragón, y he venido a conocerlos.

Los habitantes del pueblo lo miraron con asombro al principio, pero luego comenzaron a sonreír.

- ¡Un dragón! ¡Esto es increíble! - exclamó una niña, dando un pequeño salto de alegría.

De esa manera, Fuego comenzó a hacer amigos. Jugaba con los niños, ayudaba a las abuelas a llevar la compra y les contaba historias sobre su hogar en la montaña. Todos querían conocerlo y compartir momentos con él.

Pero entonces, una tarde, una tormenta se desató. Fuego vio que un árbol había caído y bloqueaba el camino del pueblo hacia el bosque, donde había niños jugando.

- ¡Debo hacer algo! - se dijo a sí mismo, sintiendo que una ola de miedo lo invadía de nuevo.

Pensó en lo que había aprendido del Espejo de los Sueños. Luego, con decisión, voló hacia el árbol, usando su fuerza para empujarlo y despejar el camino.

- ¡Vamos, chicos! ¡Aléjense del árbol! - gritó Fuego mientras ayudaba a todos a salir de peligro.

Los habitantes del pueblo aplaudieron al dragón por su valentía. Fuego se sintió orgulloso de haber superado su miedo y de haber ayudado a sus nuevos amigos.

- ¡Gracias, Fuego! - dijeron todos juntos. - Eres un verdadero héroe.

Desde aquel día, Fuego no solo fue conocido como el pequeño dragón valiente, sino también como un gran amigo. Dedicó su vida a ayudar a los demás, y siempre recordaba que sus sueños no solo eran para volar, sino también para crear lazos de amistad y amor entre los que lo rodeaban.

Y así, el pequeño dragón aprendió que, a veces, enfrentar nuestros miedos puede llevarnos a grandes aventuras y que la verdadera magia está en ayudar a los demás.

Con nuevas historias que contar y amistades que celebrar, Fuego se convirtió en el dragón más feliz del mundo.

Y así, vivió feliz por siempre en su cueva y en el corazón de quienes lo conocieron.

FIN.

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