El Reino de los Números y el Dragón de los Tesoros



En un lejano reino llamado Numilandia, donde los números eran más que simples símbolos, vivía un pequeño dragón llamado Drazio. Drazio no era un dragón como los demás; en lugar de escupir fuego, podía hacer que los números danzaran y brillaran. Sin embargo, había un problema en Numilandia: muchos de los números habían desaparecido, y con ellos, la alegría del reino.

Un día, mientras Drazio volaba por los cielos de Numilandia, se encontró con una pequeña tortuga llamada Tula. Tula era conocida por su sabiduría y siempre llevaba consigo una mochila llena de libros.

"¡Hola, pequeña tortuga! ¿Has visto mis amigos, los números?" - preguntó Drazio con tristeza.

"No, pero he escuchado rumores de que han sido capturados por el malvado Rey Cifrado en su oscuro castillo. Necesitamos un plan para rescatarlos" - respondió Tula, con su voz pausada y sabia.

Determinado a ayudar a sus amigos, Drazio y Tula comenzaron su aventura. Mientras recorrían el bosque, llenaron su mochila con letras y números, y decidieron sumar sus habilidades para poder enfrentarse al Rey Cifrado. Drazio decidió que no todo sería tan fácil y que debían resolver un acertijo para entrar al castillo.

Al llegar al castillo, se encontraron con un enorme portón que tenía un marcador gigante. En él, estaba escrito: "Sólo el que resuelva mi enigma podrá cruzar. ¿Qué número se obtiene cuando sumas todos los dedos de las manos y de los pies de un niño?"

"¡Eso es fácil!" - exclamó Drazio. "Son diez dedos en las manos y diez en los pies, ¡en total son veinte!" - Dijo lleno de confianza.

Mientras tanto, Tula agregó: "Y si sumamos los dos números, ¿cuál queda?"

Con su sabiduría, ella dirigió los pensamientos de Drazio. Cuando Drazio pronunció el número, el portón se abrió de par en par, dejando ver un pasillo largo y oscuro.

"¡Vamos, Drazio! ¡Estamos cada vez más cerca!" - instó Tula.

Una vez dentro, se encontraron con una sala llena de tesoros, pero no había signos de los números. En el centro, estaban los trabajos de los cristales, donde cada uno brillaba con una luz particular.

Drazio comenzó a vibrar con emoción.

"¡Mirá! ¡Hay puntos en el suelo! ¿Qué número crees que representa cada punto?" - preguntó.

Ambos comenzaron a contar los puntos: en total, había tres filas de cinco puntos cada una.

"Suman quince en total, pero esto no está bien, Tula. Deben estar escondidos aquí", corrigiendo la cuenta, ya que muchos números estaban atrapados dentro de los tesoros.

Después de un rato intentando liberar uno a uno, Drazio se dio cuenta de que los números podían regresar a casa solo si se unían y sumaban sus fuerzas. Tula, llena de entusiasmo, dijo:

"¡Drazio, intentemos combinarlos! Si cada número tiene su lugar, tal vez alguno de ellos tenga la clave que necesitábamos."

Decidieron formar un círculo con los números y juntos, comenzaron a cantar una canción que había escuchado Tula en su infancia:

"Uno es para comenzar, dos para sumar, tres para brillar, juntos, listos para navegar…"

A medida que cantaban, los números comenzaron a brillar y a moverse.

"¡Mirá! ¡Están volviendo!" - exclamó Drazio emocionado.

Finalmente, al son de la canción, todos los números comenzaron a regresar, iluminando el castillo con cada secuencia numérica. En un momento de magia, las criaturas y tesoros que el Rey Cifrado había guardado se liberaron, y el rey apareció frustrado ante el nuevo espectáculo.

Al ver que no podía detener la alegría de Drazio y Tula, comenzó a llorar.

"No sabía que los números significaban tanto para todos. ¡Lo siento! Solo quería que mi castillo fuera especial."

"No tienes que guardarlos, Rey Cifrado. Los números son para compartir, son magia cuando se suman y se dividen." - explicó Tula.

Con una sonrisa en sus caras, Drazio, Tula y el Rey Cifrado decidieron tener una fiesta de números y enseñar a todos en Numilandia sobre la importancia de compartir y la alegría de sumar.

FIN.

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