El rugido que nunca se oyó



Había una vez, en lo profundo de la selva, un león gigante llamado Leo. Con su melena dorada y su gran tamaño, hacía temblar hasta las raíces de los árboles con sus rugidos ensordecedores. Todos los animales del bosque, desde los elefantes hasta los pequeños pájaros, vivían aterrorizados, evitando cruzarse en su camino, pues sabían que Leo no era amigo de nadie.

Un día, mientras todos los animales se reunieron en un claro, la cebra Clara, valiente y curiosa, dijo: "¡Basta! No podemos seguir viviendo con miedo a Leo. Hay que hacer algo."

Los elefantes, que eran mucho más grandes, pero también más cautelosos, se miraron entre sí. "¿Qué podemos hacer? Él es el rey de la selva. Si solo se atrevieran a rugir los árboles y cesaran de temblar, podríamos hacer un frente en su contra," sugirió uno de ellos.

Pero Clara no estaba convencida. "Tal vez Leo no sea tan feroz como creemos. Tal vez sólo está solo y quiere compañía."

Los demás animales se rieron, pensando que Clara estaba loca. "¿Cómo puede ser eso? Él siempre nos asusta con sus rugidos. Hay que mantenernos alejados de él", dijo Javier, el elefante más viejo.

A pesar de esto, Clara decidió acercarse a la cueva de Leo. Mientras caminaba con decisión, todos la miraban con preocupación. "¡Cuidado, Clara! No te acerques!" gritaron desde la distancia. Pero Clara, llena de valor, llegó hasta la entrada de la cueva.

Con un profundo suspiro, se armó de valor y gritó: "¡Hola, Leo! ¡Soy Clara, la cebra! Estoy aquí para hablar contigo!"

Un silencio abrumador llenó el aire. De repente, un enorme rugido resonó y todo tembló. "¿Qué haces aquí, cebra? ¡Vete!" gruñó Leo, asomando su enorme cabeza.

Clara, a pesar de su miedo, se armó de valor nuevamente. "Sólo quiero entender por qué rugís tan fuerte. Todos los animales tienen miedo de vos, y quizás no entendemos el motivo de tu dolor."

Leo la miró con sorpresa. Nadie le había hablado así antes. "No me entienden, cebra. Todos me temen y me ven como un monstruo, pero..."

El león bajó la cabeza, y su voz se volvió triste. "Soy solo un león solitario. Quería proteger mi territorio, pero ahora sólo tengo miedo de nunca encontrar un amigo."

Clara sintió piedad por Leo. "No es necesario asustarnos. Si nos dejás conocerte, podríamos ser amigos."

Leo levantó la mirada, esperanzado. "¿En serio...? ¿Podrían aceptarme?"

Desde el claro, los otros animales, que habían estado escuchando, comenzaron a acercarse, intrigados por la conversación. Clara los animó: "¡Vamos! ¡No tengamos miedo! Él solo quiere compañía!"

Los animales, al principio reacios, decidieron acercarse. "Leo, no queremos tener miedo de vos. Si querés, podríamos tener una gran fiesta juntos en la selva."

Leo nunca había estado tan feliz. "¿De verdad? ¡Me encantaría! Creo que podría empezar a rugir de alegría en lugar de miedo!"

La gran fiesta se organizó, y todos los animales de la selva llegaron, saludándose y compartiendo risas. Leo, con sus rugidos, ya no aterraba a nadie; ahora se reía y celebraba como un verdadero rey.

Desde aquel día, Leo se convirtió en un protector de la selva, y todos aprendieron que a veces, solo necesitamos un poco de valentía para descubrir la verdad que se esconde detrás del miedo. La selva fue un lugar más brillante y alegre, lleno de nuevas amistades y aventuras.

Y así, Clara, Leo y todos los animales vivieron felices en la selva, demostrando que el amor y la amistad pueden vencer los mayores temores.

FIN.

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