El Sapito que Aprendió a Saltar



Había una vez un sapito llamado Tito que vivía en un hermoso charco rodeado de juncos verdes y flores de colores. A diferencia de sus amigos, Tito no sabía saltar. Todos sus amiguitos, como Riri, la ranita, y Lalo, el sapo, podían dar grandes saltos y jugar entre las hojas, pero Tito solo caminaba torpemente por la orilla.

Un día, mientras Tito miraba a sus amigos jugar, se acercó su abuela sapo.

"¿Por qué no saltás, Tito?" - le preguntó con ternura.

"No sé cómo, Abue. Soy demasiado pesado, creo. No puedo hacer lo que hacen los demás" - respondió Tito, con un suspiro.

La abuela, con una sonrisa en su rostro, le dijo:

"No te preocupes, querido. Todos tenemos algo especial en nosotros. Quizás solo necesites un poco de práctica y paciencia."

"Pero... me da miedo intentar y fallar" - respondió Tito, mirando hacia el charco.

"A veces debemos enfrentar nuestros miedos para descubrir lo que verdaderamente podemos hacer. ¿Qué tal si juntos practicamos?" - sugirió la abuela.

Así fue que comenzaron las sesiones de ‘saltos’. La abuela mostró a Tito cómo debía agacharse, balancear su cuerpo y usar sus patas traseras. Al principio, Tito solo podía dar pequeños saltitos.

"¡Muy bien, Tito!" - animó la abuela. "Practicá y verás cómo juntos lo logramos."

Sin embargo, después de varios días de práctica, Tito se desanimó porque no lograba saltar tan alto como sus amigos.

"Nunca voy a poder hacerlo, Abue. A lo mejor no estoy hecho para saltar" - dijo Tito con tristeza.

"No te rindas, Tito. Quiero que te enfoques en disfrutar el proceso. Cada intento te hace más fuerte, y eso es lo que importa" - respondió su abuela, dándole un suave beso en la frente.

Un día, mientras practicaban, Tito decidió probar un nuevo enfoque. ¿Y si corriera un poco antes de saltar? Se concentró, tomó impulso y… ¡sorprendentemente, dio un salto un poquito más alto!"¡Lo logré!" - exclamó emocionado Tito, y hasta logró aterrizar sobre una hoja.

Estaba tan feliz y animado que continuó practicando. Los días se convirtieron en semanas, y cada vez Tito saltaba más y más alto. Finalmente, un día decidió que estaba listo para un desafío: un concurso de saltos que se organizaría en el bosque.

La mañana del concurso, Tito estaba nervioso.

"¿Y si no puedo saltar como los demás?" - se preguntó. Sus amigos, Riri y Lalo, lo animaron.

"Vení, Tito. Solo disfrutá el momento y hacelo a tu manera. No importa el resultado, lo que cuenta es que intentaste" - le dijo Riri.

Así que Tito, aunque temeroso, se acercó al lugar del concurso. Cuando fue su turno, respiró hondo y recordó todas las prácticas con su abuela. Corrió y saltó… ¡y dio el salto más alto de su vida! Pero lo más impresionante fue que, mientras aterrizaba, se dio cuenta de que no solo había logrado saltar, sino que también se sentía libre y feliz.

Los otros sapos lo aplaudieron.

"¡Bravo, Tito!" - gritaron todos.

"Lo hiciste genial, compañero" - lo alentó Lalo.

Tito, con una sonrisa de oreja a oreja, se sintió orgulloso de haber enfrentado su miedo y haberlo superado. No solo había aprendido a saltar, sino que también había descubierto que con esfuerzo y apoyo, se pueden lograr cosas que parecen imposibles.

Desde ese día, Tito se convirtió en el sapito más alegre del charco y nunca dejó de practicar. Ya no solo saltaba, sino que también enseñaba a otros sapitos cómo hacerlo. Así, Tito comprendió que todos somos diferentes y que, al final del día, lo importante es intentar, aprender y disfrutar lo que hacemos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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