El Sueño de Haina



Había una vez en Haina, un pueblo colorido de la República Dominicana, una familia llena de amor y sueños. Angel Díaz y Cristina Rodríguez eran el corazón de esa familia, con tres hijas muy especiales: Cris E, Angelica y Cris A, además de su nieto, la pequeña estrella Jaymen. Todos compartían un mismo anhelo: hacer realidad un sueño que cambiaría sus vidas.

Un día, mientras estaban en la cocina cocinando juntos, Cristina miró por la ventana y dijo:

"Angel, ¿y si transformamos el terreno de atrás en un hermoso jardín donde podamos cultivar nuestras verduras? ¡Podríamos vender lo que cosechemos!"

"¡Eso sería genial! Pero necesitamos un plan, Amor", respondió Angel, acariciando su barba pensativo.

Las chicas, escuchando desde la sala, se acercaron emocionadas. Cris E, la más mayor, dijo:

"Podríamos hacer por etapas. Primero, dibujemos cómo queremos que sea nuestro jardín. Luego, busquemos información sobre qué verduras son más fáciles de cultivar."

Angelica, la segunda, quiso aportar:

"¡Y también podemos hacer carteles para vender nuestras verduras! Llamaríamos la atención de los vecinos."

Por último, la pequeña Cris A, con su voz dulce, añadió:

"¡Yo quiero ayudar a cuidar las plantas! Puedo regarlas todos los días."

Así, con mucho entusiasmo, la familia comenzó a trazar los planes para su jardín. Decidieron convocar a sus amigos de la escuela y del barrio para ayudarles en la tarea, y un bello sábado, abrieron las puertas de su hogar.

"¡Vamos a hacer el jardín!", gritó Cris E, con una sonrisa radiante.

Los amigos llegaron, armados con herramientas, risas y muchas ganas de ayudar. Comenzaron a limpiar el área, quitando las malas hierbas y preparando la tierra. Angel, que era un gran apasionado de la jardinería, les enseñó cómo sembrar.

"¿Ven esta semilla?", preguntó mientras sostenía una pequeña. "Debemos darle agua y amor para que crezca fuerte."

Después de varias semanas de trabajo duro y diario, las semillas de su esfuerzo comenzaron a brotar. Las plantas eran pequeñas, pero llenas de vida. A medida que crecía el jardín, también lo hacía la felicidad de la familia.

Sin embargo, no todo fue fácil. Un día, una fuerte tormenta azotó Haina. Todos estaban preocupados por lo que pudiera sucederle al jardín. Angel se arrodilló junto a sus hijas y dijo:

"No hay que perder la esperanza. Vamos a proteger lo que sembramos. Cada planta es una parte de nosotros."

Con cariño, cubrieron las plantas con mantas, y al día siguiente, cuando se desató el sol, se encontraron con una alegría inesperada: el jardín había sobrevivido. Las plantas estaban sanas y fuertes.

- “¡Lo logramos! ”, exclamó Angelica.

- “¡Nuestro sueño se hace realidad! ”, agregó Cris E.

Finalmente, el jardín floreció. Aparte de ser un lugar hermoso, también dio frutos: tomates jugosos, lechugas crujientes y otros vegetales que vendían a los vecinos. Su esfuerzo había valido la pena. Sin embargo, el verdadero éxito no fue solo la producción, sino la unión familiar que lograron crear.

Jaymen, que había estado observando todo el proceso, un día se acercó a su abuela Cristina:

- “¿Abuela, cómo puedo ayudar más? ”

- “Puedes ser nuestra imagen publicitaria, mi amor. ¡Eres tan lindo! Podemos hacer que la gente venga a comprar nuestras verduras”, respondió ella con una sonrisa.

Así fue como organizaron un pequeño mercado, donde Jaymen se convirtió en el mayor embajador de su familia. Los vecinos acudían no solo por sus verduras frescas sino también para ver la alegría que irradiaba Jaymen.

Con el tiempo, la familia Díaz-Rodríguez no solo cultivó un jardín, sino que construyó lazos indestructibles. Amor, trabajo en equipo y la fuerza de una familia pudieron hacer realidad un sueño. E incluso, muchas otras familias del barrio se unieron para ayudar a crear sus propios jardines.

- “Si nosotros pudimos, ustedes también pueden”, incentivó Cris E a sus amigos.

Así, el jardín se transformó en un símbolo de unidad y amor en Haina, donde cada rincón contaba una historia de esfuerzo y familia. Y todos los días, Angel, Cristina, sus tres hijas y Jaymen recordaban que los sueños son posibles, siempre que estén dispuestos a trabajar juntos. Con coraje, amor y un poquito de tierra, cualquier sueño puede florecer.

Y así, vivieron felices y unieron sus corazones en el esfuerzo por construir más sueños.

FIN.

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