El sueño de Juan y sus caballos



Había una vez un niño llamado Juan que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos y praderas. Desde muy chico, Juan había desarrollado una gran pasión por los caballos. Cada mañana, al despertar, se asomaba por la ventana y soñaba con montarlos, acariciarlos y cuidar de ellos.

Un día, mientras paseaba por el campo, se encontró con un caballo negro y majestuoso que pastaba tranquilo. Fascinado, Juan se acercó lentamente.

"Hola, amigo. ¿Te gustaría ser mi compañero de aventuras?" dijo Juan, acariciando el cuello del caballo con ternura.

El caballo lo miró con ojos grandes y brillantes, como si entendiera lo que el niño decía. Desde ese día, cada vez que Juan tenía la oportunidad, iba al campo para visitar a su nuevo amigo, a quien decidió llamar Azabache.

Un día, mientras estaba con Azabache, su abuela se acercó y le dijo:

"Juan, cuando yo era joven, tenía un sueño similar al tuyo. Siempre quise aprender a cuidar caballos y montar porque me encantaban. Si te gusta tanto, deberías inscribirte en el club de equitación del pueblo."

Juan sintió que su corazón daba un salto de alegría.

"¿De verdad, abuela? ¿Creés que puedo hacerlo?" preguntó.

"Claro que sí. La única manera de lograrlo es practicando todos los días con esfuerzo y dedicación. Todo sueño grande comienza con un pequeño paso."

Decidido, Juan se inscribió en el club de equitación. Su primera clase fue un poco difícil. Los caballos eran grandes y él pequeño, pero Juan no se rindió. Aprendió a cepillar a los caballos, alimentarlos y, tras varias semanas de esfuerzo, finalmente pudo montar a Azabache.

Un día, mientras practicaban, un grupo de niños llegó y se burló de él:

"Mirá, el niño que no sabe montar. ¡Qué tonto!" dijeron riéndose.

Juan se sintió triste, pero no dejó que eso lo detuviera. Recordó las palabras de su abuela y decidió seguir adelante. Con el tiempo, no solo aprendió a montar, sino que también empezó a ganar pequeñas competencias en el club.

Una tarde, mientras se preparaba para la competencia más importante del año, Juan se sintió nervioso.

"¿Y si no puedo ganar?" pensó para sí mismo.

Sin embargo, cuando subió a Azabache, sintió que todo su miedo desaparecía.

"Solo tenemos que dar lo mejor de nosotros, Azabache. No importa si ganamos o no, lo importante es disfrutar."

La competencia comenzó, y Juan y Azabache se movían en perfecta armonía, como si fueran uno solo. Al llegar a la meta, su corazón latía con fuerza.

El jurado deliberó y finalmente anunciaron:

"¡El ganador de este año es Juan, con su compañero Azabache!"

Juan no podía creerlo. En ese instante, todos los niños que se habían burlado de él lo aplaudieron.

"¡Felicitaciones, Juan!" dijo uno de ellos.

"La verdad es que sos muy bueno. No debería habernos burlado."

Juan sonrió y, con humildad, dijo:

"Gracias. Estoy aquí porque amo a los caballos y me esforzaré por seguir aprendiendo. Todos podemos lograr lo que soñamos si no nos rendimos."

Desde ese día, Juan se convirtió en un ejemplo en el pueblo. Los niños que lo habían menospreciado comenzaron a admirarlo y a pedirle consejos sobre equitación. Él nunca se olvidó de ser amable y generoso, y siempre recordaba las palabras de su abuela.

Juan creció y se convirtió en un gran caballo de doma, enseñando a otros a amar y cuidar a estos magníficos animales. Su sueño de niño sobre los caballos no solo se hizo realidad, sino que también inspiró a muchos a atreverse a soñar y a seguir sus pasiones.

Y así, entre risas, carreras y un sinfín de aventuras, Juan se dio cuenta de que el verdadero triunfo no era solo ganar competencias, sino compartir su amor por los caballos con todos los que estaban dispuestos a aprender.

FIN.

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