El Viaje de Lúcio



Había una vez en un reino lejano, un joven llamado Lúcio. Desde que tenía memoria, Lúcio había vivido en una cueva oscura y fría, encadenado a una pared. Lo único que podía ver eran las sombras que danzaban en otra pared cercana. Las sombras eran de figuras que hablaban y se movían, pero Lúcio nunca había visto el mundo real.

Un día, el guardián de la caverna decidió que ya era tiempo de liberar a Lúcio.

"¡Despierta, Lúcio! Hoy es tu día de ver la luz del sol", dijo el guardián.

"¿La luz del sol? Pero yo solo conozco estas sombras", respondió Lúcio, asustado.

El guardián sonrió y dijo:

"No temas, ven conmigo. Hay un mundo maravilloso afuera que espera por ti. Te ayudará a entender las sombras que has visto".

Con un gran esfuerzo, el guardián rompió las cadenas que mantenían a Lúcio prisionero. Con cada paso que daba hacia la salida de la caverna, su corazón latía más rápido. Finalmente, cuando se acercó a la boca de la cueva, Lúcio sintió que el aire fresco le acariciaba la cara.

"¡Esto es increíble!" exclamó asombrado al ver la luz del sol por primera vez. Pero la luz era tan brillante que tuvo que cerrar los ojos.

"Apúrate a acostumbrarte, Lúcio. La vida ahí afuera es más brillante de lo que imaginas", alentó el guardián.

Cuando finalmente abrió los ojos, Lúcio quedó perplejo. Todo era diferente a las sombras que había visto. Había árboles grandes y verdes, flores de todos los colores y el cielo azul.

"¿Dónde están las sombras?" preguntó Lúcio, confundido.

"Las sombras representan solo una parte de la vida. Debes aprender a ver más allá de ellas para comprender el verdadero mundo", respondió el guardián.

Lúcio comenzó a explorar. Vio pájaros volando y niños jugando.

"¡Mira! Esos no son solo sombras, son amigos divirtiéndose", gritó emocionado.

"Sí, y cada sombra tiene su propia historia, pero solo tú puedes descubrirlas", le explicó el guardián.

Mientras pasaba el tiempo, Lúcio se dio cuenta de que las sombras no eran malas, pero tampoco contaban la historia completa. Un día, mientras observaba el campo, se acercó una niña pequeña.

"Hola, ¿por qué estás tan tranquilo?" preguntó la niña.

"Porque estoy aprendiendo a descubrir el mundo real, es diferente a lo que pensaba", respondió Lúcio.

"¿Quieres jugar con nosotros? ¡La vida es más divertida cuando se comparte!" sugirió la niña.

Lúcio sonrió y decidió unirse a los juegos. Descubrió que al jugar, las sombras tomaban forma y cada figura en la pared tenía una historia rica y compleja.

"¡Mira! Esa figura que creía que era una sombra triste, ahora es una mariposa feliz", exclamó Lúcio mientras corría con sus nuevos amigos.

Con el tiempo, Lúcio aprendió a ver el mundo desde diferentes perspectivas y a no temer lo desconocido.

"Las sombras son solo el comienzo de la historia", dijo Lúcio un día, mientras contemplaba las figuras danzantes en las hojas de los árboles.

"Así es, y hay que salir a descubrir la gama de colores que nos ofrece la vida", concluyó el guardián, mirando a Lúcio con orgullo.

Desde ese momento, Lúcio nunca olvidó que aunque las sombras pueden ser intrigantes, el verdadero mundo es mucho más asombroso y lleno de posibilidades. Y así, con valentía y curiosidad, el joven explorador continuó descubriendo cada rincón de la vida, inspirando a otros a mirar más allá de las sombras y disfrutar del espectáculo que es el mundo.

FIN.

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