El viaje de Tomás y Lila



Había una vez un niño llamado Tomás, que tenía una forma muy especial de ver el mundo. A Tomás le encantaban los dinosaurios, los colores brillantes y hacer dibujos gigantes de su imaginación. Sin embargo, había algo que hacía que sus días en la escuela no fueran tan felices: algunos de sus compañeros se burlaban de él por ser diferente.

Cada día, en el recreo, cuando Tomás se sentaba solo en su esquina del patio dibujando un T-Rex, un grupo de niños se acercaba y empezaba a reírse.

"¡Mirá al chico de los dinosaurios!", decía uno de ellos, mientras sus amigos se unían a las risas.

Tomás bajaba la mirada, sintiendo que cada risa era como una espina en su corazón. Pero en medio de todo aquel ruido, había una sola voz que siempre lo apoyaba: Lila, una niña del aula que había decidido ser su amiga.

"¡Tomás, tus dibujos son geniales!" - le decía mientras se acercaba a él.

Lila no se preocupaba por lo que decían los demás. Ella conocía la belleza de la mente de Tomás y lo valoraba por quien era.

Una mañana, mientras Tomás dibujaba un increíble brontosaurio, Lila se sentó a su lado.

"¿Te gustaría que a los chicos les gustaran tus dibujos?", le preguntó curiosa.

"Pero siempre se ríen de mí, Lila. No entiendo por qué no les gustan", respondió Tomás con tristeza.

"¿Y si hacemos algo? Podemos hacer una exposición de dinosaurios en el salón de clases. Así todos podrán ver lo talentoso que sos. ¿Qué dices?" - sugirió Lila, sonriendo.

Tomás se quedó pensando.

"No sé... ¿y si se ríen de nuevo?"

"No lo harán, lo prometo. Confía en mí. Te ayudaré a que todos vean lo genial que sos" - le dijo con determinación.

Tomás aceptó la propuesta de Lila e hicieron un plan. Durante varias semanas, trabajaron juntos. Al principio, Tomás temía lo que dirían los demás, pero con cada dibujo que hacían y con cada sonrisa que Lila le daba, Tomás comenzó a sentir que podía.

Finalmente, llegó el día de la exposición. Lila había preparado todo, incluso invitó a cada uno de los compañeros de la clase. El salón estaba decorado con los dibujos de Tomás, y él estaba muy nervioso, pero emocionado. Cuando los demás alumnos entraron, Tomás se sintió pequeño entre todas esas miradas.

"¡Guau! ¡Miren eso!", exclamó uno de los niños.

Tomás se escondió detrás de Lila, pero ella le dio un empujón amistoso.

"¡Vamos! Mostrá lo que sabés!"

Tomás, con un poquito de valentía, dio un paso adelante y empezó a explicar cada dibujo.

"Este es un T-Rex. Era uno de los dinosaurios más grandes y fuertes" - empezó a decir con voz temblorosa.

A medida que hablaba, notó en las miradas de sus compañeros algo diferente. En lugar de burlarse, parecían interesados.

"¿En serio hay dinosaurios que podían volar?" - preguntó uno de los chicos.

Tomás se dio cuenta de que sus compañeros estaban aprendiendo de él.

"Sí, los pterosaurios. Eran gigantescos...", respondió, comenzando a entusiasmarse.

Al final de la exposición, la maestra les pidió a todos que aplaudieran.

"¡Tomás, sos increíble!" - gritaron algunos chicos, sorprendidos por lo que habían aprendido.

Tomás sonrió más grande que nunca. Empezó a sentir que tal vez ser diferente no estaba tan mal. Lila se acercó a él.

"Ves, Tomás. Todos tienen algo bueno que ofrecer cuando les das la oportunidad de conocerte".

Desde ese día, las burlas comenzaron a desvanecerse. Algunos compañeros incluso se unieron a Tomás y Lila en la búsqueda de nuevos dinosaurios que dibujar. Juntos, aprendieron que cada uno es especial a su manera y que la verdadera amistad supera cualquier diferencia.

Tomás, gracias a Lila, había encontrado su lugar en el mundo. No solo se convirtió en un gran dibujante de dinosaurios, sino que también se volvió un gran amigo.

FIN.

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