La Aventura de las Estrellas Perdidas
Era una noche oscura y tenebrosa. Las nubes cubrían la luna y el viento aullaba entre la calle desierta de un pueblo olvidado. Sin embargo, en el corazón de este pueblo, vivía una pequeña niña llamada Lila. Lila era conocida por su curiosidad infinita y su inusual habilidad para imaginar historias increíbles. Cada noche, antes de dormir, miraba por la ventana y soñaba con aventuras.
Esa noche, mientras el viento soplaba, Lila escuchó un murmullo extraño. Se acercó a la ventana y vio a un pequeño ratón de pelaje color gris, que parecía estar hablando con un búho que se posaba en una rama.
"¡Ayuda!" - decía el ratón, con un tono preocupado. "Las estrellas se han perdido y el cielo está muy triste. Sin ellas, no habrá más cuentos para contar."
Lila, sintiendo que era el momento de actuar, se calzó sus botas más cómodas y salió por la puerta. Sigilosamente, siguió al ratón hacia el bosque, donde se encontraba el búho.
"¿Dónde fueron las estrellas?" - le preguntó Lila, asombrada.
"Las estrellas se han quedado atrapadas en el castillo de la montaña," - respondió el búho con voz profunda. "Un terco gigante las ha capturado porque no le gustan los cuentos. Los niños ya no pueden soñar."
Lila, decidida a ayudar, dijo: "¡No puedo dejar que eso pase! Necesitamos que las estrellas vuelvan para que todos puedan soñar y contar historias. Vamos a rescatarlas."
Y así, Lila, el ratón y el búho emprendieron su viaje hacia el castillo. Por el camino, se encontraron con un río que había crecido mucho por la lluvia.
"¿Cómo cruzamos?" - preguntó Lila, mirando el agua agitada.
"Con ingenio," - dijo el búho. "Tan solo necesitamos encontrar la forma de hacerlo."
Lila miró a su alrededor, y vio un montón de piedras. Con su ayuda, construyó un pequeño puente que les permitió cruzar sin problemas. "¡Lo logramos!" - exclamó emocionada.
Al llegar al castillo, encontraron la puerta cerrada y tenían que pensar en otra manera de entrar. De repente, el ratón tuvo una idea.
"¡Yo puedo colarme por la rendija de la puerta!" - dijo con entusiasmo.
Con su ayuda, lograron entrar al castillo. Allí, en una gran sala, encontraron a las estrellas, atrapadas en una jaula hecha de sombras.
"¡Déjenlas ir!" - gritó Lila al gigante que estaba a su lado, con una voz valiente. "Las estrellas no son sólo luces en el cielo, son fuentes de sueños y cuentos."
El gigante, sorprendido por la valentía de la niña, la miró fijamente. "No me interesan los cuentos. No quiero que los niños sueñen, porque me siento solo."
"Si no hay cuentos, no hay amigos que los cuenten. Los cuentos unen a las personas, y tú también podrías tener amigos si compartes tus historias."
El gigante se puso a pensar. Lila siguió hablando. "Te propongo un trato: si dejas ir a las estrellas, yo vendré cada noche a contarte un cuento."
El gigante, sintiéndose curioso y algo emocionado, aceptó el trato. "De acuerdo, pero sólo si las historias son buenas."
Lila sonrió y con un movimiento de su mano, liberó a las estrellas. Estos comenzaron a brillar intensamente, iluminando todo el castillo. El gigante se asomó a la ventana y se dio cuenta de lo hermoso que era ver el cielo estrellado.
"¡Qué belleza! Nunca había visto algo así" - dijo, tocándose el corazón. "Creo que me gustaría escuchar esos cuentos, Lila."
Así fue como, cada noche, Lila visitaba al gigante y le contaba historias de héroes, aventuras y amistad. A medida que pasaba el tiempo, el gigante se fue volviendo más amigable y, pronto, no sólo Lila, sino también muchos otros niños del pueblo se unieron a contarle historias.
Las estrellas brillaban en el cielo, y el pueblo, antes olvidado, se llenó de risas, cuentos y nuevos amigos. Lila aprendió que a veces lo que parece ser una dificultad puede convertirse en una oportunidad para crear una amistad.
"Gracias, Lila, por traer de vuelta a las estrellas y por compartir las historias" - dijo el gigante un día. "Nunca dejaré que las historias se pierdan de nuevo."
Y así, el gigante se convirtió en el mejor narrador del pueblo, recordando a todos la importancia de compartir, soñar y nunca dejar de contar cuentos.
Desde entonces, ya no había noches oscuras y tenebrosas en el pueblo, sino noches llenas de estrellas y risas.
FIN.