La Casita del Duende



Era un día soleado en el tranquilo barrio de Colinas Verdes. Tomás y Lucas, dos amigos inseparables, estaban jugando a la pelota en el patio de Tomás. Sin darse cuenta, el balón fue a parar directo a la ventana del vecino, ¡y crash! La ventana se rompió.

- ¡No puede ser! - exclamó Lucas, asustado.

- No digas nada, Tomás. Nihiquenamás. - insistió Tomás, tratando de convencer a su amigo de no decir la verdad.

- Pero, ¡fue nuestra culpa! - respondió Lucas, con voz temblorosa.

- No, no, no. Si nadie se entera, no pasó nada. - dijo Tomás, con una sonrisa nerviosa. Pero en su interior, sentía que estaba mal.

Al instante, un suave viento recorrió el jardín y, de repente, un duende diminuto apareció entre las flores. Tenía un sombrero rojo y una mirada muy seria.

- ¿Qué han hecho, jóvenes? ! ¿Por qué rompieron la ventana de mi hogar? - reclamó el duende, con una voz que sonaba a trueno lejano.

- Lo siento, no queríamos... - comenzó a decir Lucas.

- ¡Tú! - lo interrumpió el duende, apuntando a Tomás. - ¿Por qué mientes?

Tomás, sintiendo una punzada de culpa, miró a Lucas y luego al duende.

- Bueno, es que… - sus ojos se llenaron de lágrimas. - Fui yo. Fueron mis pies los que patearon la pelota… Estoy muy arrepentido. Lo mejor sería que lo dijéramos.

El duende frunció el ceño, pero había un destello de comprensión en sus ojos.

- Agradezco tu sinceridad, joven. Pero ¿cómo van a reparar mi hogar? - preguntó con tono melancólico.

- No sé… - dijo Tomás, mirando al suelo. - Pero prometo que haré lo posible por ayudarte.

El duende los observó con curiosidad. Lucas tomó aliento y agregó:

- ¡Podríamos construirte una casa nueva! Aunque sea pequeña, sería un buen comienzo.

Con una mueca de sorpresa, el duende asentó.

- Si no es muy difícil para ustedes, ¡acepto la oferta!

Los dos amigos se pusieron manos a la obra. Reunieron madera, hojas y un poco de pintura en tonos brillantes. Juntos, discutieron cómo debería lucir la casita del duende. Trabajaron todo el día, riendo y disfrutando del momento.

- ¡Mirá, parece que tiene una sonrisa! - dijo Lucas, quitándose el sudor de la frente mientras le pegaban una puerta de madera.

- Sí, ¡es genial! - respondió Tomás, sintiendo que su pena se disipaba poco a poco.

Al terminar, la pequeña casita era colorida y acogedora. Tenía flores pintadas en la puerta y una ventana con persianas azules. Cuando el duende la vio, su rostro se iluminó por completo.

- ¡Es hermosa! - exclamó, danzando alrededor de la casa. - Muchas gracias, muchachos. Nunca había visto algo así.

Tomás y Lucas sonrieron al ver tan feliz al duende.

- Nos alegra que te guste. - dijo Tomás. - Pero, ¿podrías quedarte un poco más? Para jugar con nosotros a veces.

El duende se detuvo, pensativo.

- Mi hogar es donde quiero vivir, pero siempre estaré en su corazón y en sus recuerdos. - respondió. - Recuerden, siempre es importante ser sinceros y asumir las consecuencias de nuestros actos.

Con una sonrisa cómplice, el duende se despidió.

- ¡Gracias por su honestidad! Adiós, amigos, ¡cuídense!

Y con un destello de luz, el duende desapareció.

Tomás y Lucas se miraron, sintiendo que el remordimiento se había transformado en una linda lección.

- Prometo que siempre seré sincero, pase lo que pase. - dijo Tomás, dándole un pequeño golpe amistoso a Lucas.

- ¡Y yo también! - sonrió Lucas, acotando con picardía. - Aunque nunca más pateemos la pelota cerca de la ventana del vecino.

Ambos rieron al recordar la aventura y, desde ese día en adelante, jugaron más unidos y con el corazón más ligero, siempre recordando que la sinceridad era el mejor camino.

Y así, en el barrio de Colinas Verdes, la amistad se fortaleció y una pequeña casita de duende se convirtió en un símbolo de la importancia de decir la verdad y repararle el daño a los demás.

FIN.

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