La Fiesta de los Monstruos Coloridos



Era un día soleado en el colegio de los niños de la sala roja y turquesa. Las maestras, pensando en sorprender a los pequeños, decidieron organizar una fiesta especial. Pero no una fiesta cualquiera; ¡iba a ser una Fiesta de Monstruos Coloridos!

Los alumnos estaban emocionados, sabiendo que hoy iban a conocer a los monstruos más amigables del mundo. Se preguntaban cómo serían y qué sorpresas traerían.

"¿Qué monstruos vendrán hoy?", preguntó Lucas, con los ojos brillantes.

"Espero que sean de colores brillantes y que bailen mucho!", dijo Valentina, haciendo girar su pelito mientras saltaba de alegría.

Las maestras decoraron el salón con globos de colores y serpentinas brillantes. Al llegar la hora, todos los niños se pusieron sus trajes de fiesta, pero había un pequeño detalle: debían usar las nuevas remeras que habían recibido para la celebración. Eran remeras con estampados de monstruos divertidos y coloridos que los niños estaban ansiosos por mostrar.

"¡Miren! Yo tengo un monstruo que sonríe con grandes ojos!", dijo Mateo, levantando su remera con orgullo.

"¡Yo tengo uno con alas!", gritó Sofía, girando para que todos pudieran ver.

Mientras tanto, en un rincón del patio, se escuchaban ruidos extraños. Los niños miraron con curiosidad mientras un grupo de monstruos reales comenzaba a aparecer de entre los arbustos. Eran criaturas de todos los colores: uno azul con manchas amarillas, otro rosa con orejas largas y un gigante verde que parecía un peluche gigante.

"¡Hola, pequeños! ¡Nosotros somos los Monstruos Coloridos y venimos a jugar en su fiesta!", rugió el monstruo verde con voz grave.

"¡Nosotros también tenemos remeras como ustedes!", dijo el monstruo azul, levantando su camiseta que también tenía un estampado de monstruos.

Los niños aplaudieron y saltaron de alegría.

"¿Qué juegos vamos a jugar?", preguntó Lola, entusiasmada.

"Vamos a hacer una carrera de monstruos, y luego bailaremos en un concurso!", dijo el monstruo rosa, moviendo sus patas como si ya estuviera bailando.

Los juegos comenzaron. Primero, los niños se organizaron en equipos con los monstruos, corriendo de aquí para allá, llenos de risas y alegría.

"¡Gané!", exclamó Mateo, mientras cruzaba la meta con el monstruo azul a su lado.

"¡Yo también!", gritó Valentina, riendo.

Luego llegó el momento del baile. Todos se reunieron en un gran círculo, y los monstruos empezaron a mostrar sus mejores pasos. Los niños se unieron a ellos, moviéndose al ritmo de la música.

"¡Bailen como monstruos!", gritó el monstruo verde, mientras hacía un giro divertido.

"¡Vamos a hacer un monstruoso movimiento!", se unieron los demás monstruos, haciendo un baile en cadena.

A medida que avanzaba la fiesta, las maestras decidieron que era el momento perfecto para mostrar las remeras a las familias. Llamaron a todos y formaron un espectáculo donde cada niño presentó su remera de monstruo, haciendo poses y movimientos graciosos.

"¡Miren a mi monster-móvil!", dijo Lucas, moviendo sus manos como si fueran ruedas.

"¡Yo soy una estrella de la fiesta!", agregó Sofía, girando con gracia.

Las familias no podían contener la risa y el entusiasmo. Los padres, abuelos y hermanos aplaudieron con todo su corazón, emocionados de ver lo bien que se divertían los pequeños.

"¿No son las remeras más geniales?", preguntó la maestra Ana a los papás.

"¡Son maravillosas!", respondió una mamá, mientras sacaba su teléfono para tomar fotos de sus hijos con los monstruos.

Al final de la fiesta, todos los niños recibieron un diploma de Monstruos Coloridos, certifying que habían sido los mejores amigos de los monstruos para ese día. Prometieron a sus nuevas amigas que siempre llevarían la alegría de los colores a sus corazones.

"¡Vamos a hacer más fiestas de monstruos!", sugirió Valentina.

"¡Sí! ¡Siempre con nuestras remeras para recordar este día!", concordaron todos.

Así, la Fiesta de los Monstruos Coloridos se convirtió en una hermosa tradición, donde los pequeños aprendieron sobre la amistad, la alegría de compartir y la importancia de mostrarse tal cual son, siempre con una sonrisa y, por supuesto, sus remeras llenas de color y diversión.

FIN.

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