La Gran Aventura de Computín y sus Amigos



Era una hermosa mañana en la oficina de la pequeña *Computín*, una computadora que soñaba con hacer algo extraordinario. Siempre conectada a su teclado, observaba a los demás: *Colchoneta*, una alfombra suave y acogedora, y *Chancletas*, un par de sandalias muy alegres con una gran personalidad.

Un día, mientras Computín se esforzaba por completar sus tareas, sintió un impulso fuerte de realizar una aventura que la llevara más allá de su conexión a la red.

- *Colchoneta, ¿no te gustaría salir a explorar el mundo? * - preguntó Computín con una chispa de emoción.

- *¡Claro que sí! Soy tan suave que puedo llevarte muy lejos y muy cómodo.* - respondió Colchoneta, estirándose feliz.

- *Yo también quiero ir! Soy genial para pasear.* - agregó Chancletas dando saltitos.

Y así, juntos decidieron salir a un lugar donde nunca habían estado: el parque de su vecindario.

Al cruzar la puerta, todo parecía tan diferente y emocionante. Había árboles altos, flores de todos los colores y niños jugando. Pero pronto se dieron cuenta de que no era tan fácil. Chancletas tenía pánico de mojarse en el rocío de la mañana.

- *¡Ay, no! No puedo pisar el césped mojado! * - gritó Chancletas, asustadas.

- *¡Vamos, Chancletas! No pasa nada, somos amigos y estamos juntos en esto* - dijo Computín con optimismo.

- *¿Y si nos caemos? * - se preocupó Chancletas.

Colchoneta decidió intervenir.

- *Si caen, simplemente se levantan. Esa es la diversión de una aventura, ¡aprendemos a levantarnos! * - aseguró con tranquilidad.

Con esas palabras, Chancletas se sintió un poco más valiente y, tras un pequeño empujón de Colchoneta, se lanzó a pie firme sobre el césped. Fue un momento mágico, ¡ni siquiera se mojó tanto!

Al siguiente momento, las tres amigas exploraron el parque. Jugaron a esconderse detrás de árboles. Computín, que siempre había trabajado tanto, se dio cuenta de lo divertido que era simplemente jugar a ser un árbol también.

Pero cuando estaban concentradas, un grupo de niños se acercó. Había uno con una computadora de juguete, y Computín se sintió un poco celosa. Parecía divertida y colorida, además, los niños se reían al verla.

- *Ojalá fuera como esa computadora. No soy tan genial* - suspiró Computín.

- *No seas tonta, Computín. Cada uno tiene su propio brillo* - le recordó Colchoneta.

- *Exacto* - añadió Chancletas, tratando de consolar a su amiga. *Tu tienes habilidades especiales que la computadora de juguete nunca tendrá.*

Con nuevas palabras de aliento, Computín se llenó de valor. Decidió acercarse a los niños y ofrecerles un juego. Invitó a los niños a ayudarla a crear una historia juntos, usando su imaginación.

- *Soy Computín, y tengo un superpoder: contar historias* - pronunció con energía. Los niños, entusiasmados por esa propuesta, empezaron a imaginar aventuras en un universo fantástico donde los árboles podían hablar y los animales bailaban.

El sol empezaba a esconderse detrás de los edificios cuando Computín y sus amigos se despidieron de los niños. Habían vivido un día lleno de risas, superación y amistad.

Al regresar a casa, Computín comprendió una gran lección: no importa cuán diferente pueda ser alguien, siempre se puede brillar a su manera. Como Colchoneta, que siempre era suave y acogedora; como Chancletas, que sabía hacer reír a todos con su energía inagotable; y como ella, que había descubierto que contar historias unía a todos.

- *Prometamos aventuras para el día de mañana* - propuso Colchoneta mientras se acomodaban para descansar.

- *¡Sí! Prometido! * - respondieron a coro Computín y Chancletas.

Y así, al final de un día lleno de aventuras, Computín comprendió que, juntos, siempre se podía encontrar la forma de brillar y hacer del mundo un lugar más divertido y lleno de sueños.

FIN.

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