La Gran Aventura de los Dos Amigos



Era un día soleado en un pequeño barrio de Buenos Aires. Lucas y Mateo eran dos mejores amigos que jugaban todos los días en el parque. Les encantaba llevar sus juguetes, pero había uno que siempre causaba problemas: el enorme coche de carreras de Lucas. Aquel día, Lucas llegó al parque con su coche brillante y veloz.

"¡Mirá lo que tengo, Mateo! Es el coche más rápido del mundo", dijo Lucas, mostrando su juguete.

"¡Quiero jugar!", exclamó Mateo, con los ojos brillando de emoción.

"Pero es mío, ¡no puedes tocarlo!", respondió Lucas sin pensar.

Mateo se sintió triste, pero decidió que si Lucas no quería compartir, entonces no jugaría más. Así que se dio la vuelta y se fue a jugar solo. Sin embargo, Lucas no tardó en arrepentirse.

"¡Es más divertido jugar con Mateo!", pensó mientras miraba a su amigo alejarse.

Así que decidió correr detrás de él.

"¡Espera, Mateo! Vamos a jugar juntos", gritó Lucas.

Pero Mateo estaba muy enojado e insistió en que prefería jugar solo. A lo lejos, sus caras estaban grilladas de frustración.

Ese día, decidieron dejarse de hablar. Jugar en el parque sin el otro no era lo mismo. Lucas trató de hacer que su coche se moviera por sí solo. Pero las figuras del parque estaban vacías. No había risas.

Al día siguiente, Mateo llegó al parque con un juguete nuevo: un enorme rompecabezas que tenía un dragón de colores. Lucas lo vio desde lejos y sus ojos se iluminaron.

"¡Ey, Mateo! ¿Puedo jugar con ese rompecabezas?", preguntó Lucas, tratando de sonar amable.

"No sé... ¿y si tampoco lo compartís?", respondió Mateo, con un tono de desconfianza.

En ese momento, apareció un pequeño perro llamado Rocco, que decidió interrumpir la tensión. El perro se acercó ansiosamente a los dos niños, moviendo la cola mientras intentaba jugar. De repente, saltó sobre el rompecabezas, desarmándolo todo.

"¡No! ¡Rocco!", gritaron los dos al unísono, mientras miraban cómo el perro se iba corriendo, llevando un pedazo del rompecabezas en su boca.

Ambos niños se miraron y comenzaron a reírse. La situación se había vuelto tan absurda que se olvidaron de su pelea.

"Che, parece que Rocco quiere jugar con nosotros. ¿Qué tal si armamos el rompecabezas juntos?", propuso Lucas.

"Y si lo hacemos rápido, podríamos correr detrás de él y recuperar las piezas", respondió Mateo, sonriendo.

Así que se pusieron manos a la obra, uniendo las piezas del rompecabezas mientras iban riendo. Cada vez que encajaban una pieza, aplaudían emocionados. Por fin, se dieron cuenta de que si trabajaban juntos, podían lograr más cosas y divertirse mucho más.

"Sabés, Lucas, es mucho más divertido cuando jugamos juntos. Podríamos compartir estos juguetes", sugirió Mateo.

"Tenés razón, Mateo. ¿Qué te parece si hacemos una carrera entre tu rompecabezas y mi coche?", propuso Lucas con esperanza.

Los dos niños comenzaron a discutir las reglas y pronto las risas llenaron el parque nuevamente. Compartieron su tiempo, sus juguetes y, sobre todo, sus sonrisas. Se sintieron más unidos que nunca y entendieron una lección valiosa sobre la importancia de compartir.

El día se despidió con el sol poniéndose y los amigos disfrutando de su juegos, prometiendo nunca volver a pelearse por nada. Lucas y Mateo supieron que juntos podrían hacer que cualquier día fuera una gran aventura.

FIN.

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