La Historia de Edvard Munch



Había una vez, en un pequeño pueblo de Noruega, un niño llamado Edvard Munch. Nació en el año 1863, en una familia llena de historias y colores. Desde muy chiquito, Edvard amaba dibujar. A menudo se sentaba en el jardín de su casa con un lápiz en la mano, mirando a su familia y tratando de capturar esos momentos en su cuaderno.

Edvard vivía con su mamá, que era una mujer cariñosa, y su papá, un médico que siempre tenía historias fascinantes sobre su trabajo. Tenía dos hermanos, una hermana que era su confidente y también un gran amigo imaginario llamado Viktor, que lo acompañaba en sus aventuras.

Un día, mientras dibujaba en el parque, Edvard escuchó a sus amigos hablar sobre un misterioso nuevo lugar llamado "La Casa de los Colores". Era un lugar donde los niños podían volar y jugar entre pinturas mágicas.

"¡Vayamos a verlo!" - dijo Edvard emocionado.

"¿Crees que podremos volar como los pájaros?" - preguntó su amigo Hans, con gran expectativa.

"¡Por supuesto! ¡Con los colores de nuestra imaginación todo es posible!" - respondió Edvard, más entusiasmado que nunca.

Decidieron hacer un dibujo de la Casa de los Colores y, usando los lápices de Edvard, crearon una ilustración brillante. De repente, un rayo de luz multicolor apareció en el aire y, sin que se dieran cuenta, los llevó a ese extraño lugar.

Cuando llegaron, quedando maravillados, descubrieron que la Casa estaba llena de pinturas. Cada una contaba una historia diferente. Había una pintura de una noche estrellada y otra de un bosque encantado.

"¿Puedo pintarle cosas a este lugar?" - preguntó Edvard, un poco nervioso.

"¡Definitivamente! Aquí todos son bienvenidos a crear y compartir sus colores." - respondió un viejito que parecía un guardián de la Casa.

Edvard, emocionado, empezó a crear con todas sus fuerzas. Pero mientras pintaba, sintió que algo lo molestaba. A veces, sentía tristeza, a pesar de estar rodeado de colores.

"¿Por qué siento esto cuando estoy aquí?" - preguntó a Viktor, su amigo imaginario.

"A veces, los colores que llevamos dentro nos muestran un poco de tristeza. Pero eso es lo que nos hace ser personas especiales, Edvard. Así podemos crear obras que hablen sobre nuestros sentimientos."

A Edvard le gustó esa idea y comenzó a plasmarlo en su arte. Pintó lo que sentía y, poco a poco, su tristeza se convirtió en colores vibrantes.

"¡Miren! Esto es como el grito de mi alma!" - exclamó al crear su famosa pintura llamada 'El Grito'.

Sus amigos y el guardián quedaron maravillados.

"Esa pintura es poderosa. Comunica algo que muchos sienten pero no pueden expresar." - dijo el guardián con orgullo.

Con el tiempo, Edvard se convirtió en un reconocido artista. Pintó cuadros que se mostraron en galerías de todo el mundo, y aunque a veces sintió tristeza, siempre sabía que sus colores podían transformarlo todo. Cada pintura era un pedacito de su alma, un bello mensaje para el resto del mundo.

Y así, Edvard Munch aprendió que a través del arte puede compartir sus emociones y ayudar a otros a entender las suyas. La Casa de los Colores nunca dejó de inspirarlo y, gracias a ello, su legado vive en cada rincón del planeta. Y mientras tanto, Edvard siguió soñando, creando y llenando de colores el mundo, ayudando a que otros pudieran encontrar su propia voz a través del arte.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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