La Huerta de la Amistad



En la escuela primaria San José, un grupo de niños se preparaba para la clase de ciencias. La profesora Clara había preparado una actividad especial: crear una huerta escolar. Todos estaban emocionados, pero también había un niño un poco apartado, Julián.

"¿Por qué no venís a ayudar, Julián?" - le preguntó Sofía, una de sus compañeras.

"No sé... no sé nada de plantas," - respondió Julián, encogiéndose de hombros.

La profesora Clara, al ver la situación, se acercó a Julián y le dijo:

"Todos podemos aprender juntos. La huerta será un lugar donde todos aportemos. ¿Te gustaría unirte a nosotros?"

Julián miró a su alrededor y vio a sus compañeros sonriendo. Al final, decidió participar.

Con el paso de las semanas, el grupo se organizó. Ellos plantaron tomates, zanahorias y lechugas. Sin embargo, no todo fue tan fácil. Un día, mientras cuidaban la huerta, un fuerte viento comenzó a soplar.

"¡Cuidado!" - gritó Thiago, intentando proteger las plantas.

Pero el viento fue tan fuerte que derribó algunas de las macetas.

"Esto es un desastre..." - suspiró Valentina, mirando las plantas caídas.

"No te preocupes, podemos arreglarlo," - dijo Julián, recordando lo que había aprendido.

"Si todos trabajamos juntos, podemos volver a plantar lo que se perdió."

Entonces, Julián tomó la iniciativa y explicó a sus compañeros lo que debían hacer. Cada uno se encargó de una tarea: Sofía regó las plantas, Thiago movió las macetas, y Valentina recogió las hojas secas.

"¡Vamos, chicos, juntos podemos!" - animó Julián, y eso le dio fuerzas a todos.

Poco a poco, el grupo fue logrando recuperar la huerta. Al final del día, todos están cansados pero felices con el trabajo realizado.

"Julián, gracias por guiar el trabajo," - dijo Sofía, mientras limpiaban las manos llenas de tierra.

"Sí, te necesitamos a nuestro lado," - añadió Thiago con una sonrisa.

"Yo no podría haberlo hecho solo. Todos hicimos un gran trabajo juntos. La huerta es de todos," - contestó Julián, sintiendo una calidez en su corazón.

Con el paso del tiempo, la huerta floreció. Los niños se dieron cuenta de que además de cultivar plantas, también habían cultivado la amistad.

"Miren estas lechugas, son enormes!" - exclamó Valentina un día al ver lo bien que estaban creciendo las plantas.

"Vamos a compartirlas con la comunidad!" - propuso Sofía, entusiasmada.

"¡Eso es genial!" - respondió Julián.

"La huerta no solo es para nosotros. ¡Podemos ayudar a otros!"

Así que los niños decidieron preparar una gran ensalada con las verduras de la huerta y llevaron todo a un comedor comunitario local. Allí, conocieron a muchas personas que necesitaban ayuda.

"Nos alegra que puedan disfrutar de nuestra cosecha," - dijo Julián a los niños del comedor, mientras les entregaban la ensalada.

Y entre sonrisas y agradecimientos, Julián sintió que no solo había dado algo a los demás, sino que también había aprendido sobre la importancia de trabajar en equipo y ayudar al prójimo.

La escuela San José no solo se convirtió en un lugar donde cultivaban plantas, sino donde florecieron la amistad y el compañerismo. Desde ese día, cada vez que alguien necesitaba ayuda, los demás estaban listos para apoyarse mutuamente, y así, la huerta se llenó de más que plantas; se llenó de amor y solidaridad.

FIN.

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