La Plaza de los Sueños Olvidados



En un pueblo lejano, donde el sol brillaba radiante y las risas de los niños solían llenar el aire, había una plaza que había caído en el olvido. Las flores habían dejado de florecer, los bancos estaban cubiertos de polvo y los columpios estaban quietos, en silencio. Los habitantes del pueblo se habían alejado de aquel lugar mágico, pero un día, algo extraordinario estaba por suceder.

Era una tarde tranquila cuando, de repente, una nube blanca apareció en el cielo. Al principio, todos pensaron que era solo una ilusión. Pero la nube comenzó a descender y, a medida que se acercaba al suelo, empezó a tomar forma. De pronto, una puerta brillante se abrió en medio de la plaza desierta.

"- ¡Miren! ¿Qué es eso?" exclamó un niño llamado Tomás, que había estado jugando cerca.

"- Tal vez sea un portal a otro mundo!" dijo su amiga Luna, con los ojos iluminados por la curiosidad.

Los dos amigos, junto con otros niños y adultos escépticos, fueron acercándose lentamente a aquel fenómeno misterioso. La puerta se abrió completamente, y de su interior surgieron personajes fantásticos: hadas de colores, duendes traviesos, y un anciano sabio con una larga barba blanca.

"- Bienvenidos a la Plaza de los Sueños Olvidados!" dijo el anciano con voz suave. "- Hemos venido a recordarle al pueblo la importancia de la imaginación y la amistad."

"- ¿Imaginación? ¿Amistad?" preguntó un adolescente llamado Facundo, con una ceja levantada. "- ¿Qué tienen que ver con nuestra plaza?".

"- Todo!" contestó una hada llamada Brillita, que danzaba alegremente. "- Esta plaza era un lugar lleno de sueños, donde todos se reunían para jugar y compartir. Pero, a medida que el tiempo pasó, los sueños se fueron apagando y la plaza se volvió triste. ¡Pero estamos aquí para cambiar eso!"

Los niños, entusiasmados, comenzaron a jugar y a contar sus sueños. Laura, que siempre había querido ser artista, dibujó grandes murales en las paredes de la plaza. Tomás, que soñaba con ser aventurero, organizó una búsqueda del tesoro entre los árboles.

"- ¡Esto es increíble!" dijo Javier, otro niño, mientras buscaba el tesoro escondido.

Sin embargo, no todos estaban contentos con el revuelo que se organizaba en la plaza. Un grupo de adultos se acercó, mirándolo todo con recelo. "- ¿Qué están haciendo?" preguntó la señora Marta, una mujer mayor que había vivido en el pueblo toda su vida. "- No son horas para jugar."

"- Pero señora Marta, ¡estamos llenando la plaza de alegría!" dijo Luna con entusiasmo. "- ¿No quiere unirse a nosotros?".

Al principio, la señora Marta resistió, pero al ver a los niños riendo y disfrutando, su rostro comenzó a suavizarse. "- Bueno... quizás un ratito no haga mal," dijo finalmente, y se acercó con una sonrisa tímida.

Poco a poco, los adultos se unieron y la plaza comenzó a transformarse. Un duende llamado Pipo trajo pintura y pinceles, y juntos, niños y grandes empezaron a rellenar la plaza de colores y risas. Las flores comenzaron a florecer nuevamente y el aire se llenó de música y alegría.

Al final del día, el anciano sabio se volvió a dirigir a todos: "- Lo que han hecho aquí hoy es un recordatorio de lo que pueden lograr cuando se juntan y comparten sus sueños y risas. Nunca olviden la magia de la amistad y la imaginación."

Cuando los personajes comenzaron a regresar a su nube, el duende Pipo se giró y dijo: "- Recuerden, cada vez que jueguen y sueñen juntos, la plaza seguirá brillando. ¡Hasta la próxima, amigos!".

Y así, con una última risa, la nube se elevó nuevamente hacia el cielo, llevando consigo a los visitantes mágicos. La plaza, ahora llena de vida y color, se convirtió en el corazón del pueblo, donde todos recordaron que la amistad y la imaginación pueden hacer del mundo un lugar mejor. Desde entonces, la plaza nunca estuvo desierta y los sueños siempre florecieron en cada corazón que pasaba por allí.

FIN.

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