La Ratita Presumida y el Gallo Desconsiderado



En un pueblito alegre, donde cantaban las aves y los campos brillaban, vivía una ratita presumida llamada Rita. Ella era muy vanidosa y siempre se preocupaba por su apariencia. Tenía un hermoso vestidito rosa que le quedaba perfecto y unas pequeñas zapatitas brillantes que le gustaba mostrar a todos. Cada mañana, se miraba en el espejo, peinándose su suave pelaje gris. Pero Rita también tenía un trabajo: era asistente de un gallo llamado Ramón, conocido por su potente canto y su carácter autoritario.

A pesar de que Ramón era un buen cantante, era poco amable. Todos en la granja lo respetaban por su voz, pero nunca dejaron de notar que trataba a Rita de una manera muy desconsiderada.

"¡Eh, ratita! ¡Deja de estar mirando tu reflejo y ven a trabajar!" - decía Ramón, sin mirarla a los ojos.

Rita, que se esforzaba por ser la mejor asistente, siempre aceptaba sus comentarios, aunque en su interior sabía que no estaba bien.

Un día, mientras recogían el maíz para hacer un festival en la granja, ocurrió algo inesperado. Un grupo de animales llegó al lugar. Eran unas cabras que habían perdido su camino. Ramona, la líder, se acercó a Rita y le dijo:

"Hola, pequeña. Te veo muy linda con ese vestido, pero, ¿qué es lo que haces aquí?"

"Soy la asistente de Ramón, el gallo", respondió Rita un poco avergonzada por la pregunta.

Ramón se apresuró a interrumpir:

"¡Escuchame, cabra! ¡No es asunto tuyo! Solo estoy aquí para cumplir con mi trabajo, y Rita está aquí para ayudarme, aunque no sea tan buena como yo en verdad."

Las cabras intercambiaron miradas sorprendidas.

"¿Quién dice que no es buena? Ella se ve increíble y debe tener muchos talentos. A veces lo que importa es la dedicación, no solo la apariencia, querido gallo." - dijo Ramona con una sonrisa.

Rita, sintiendo un pequeño rayo de esperanza, miró a Ramón, pero él no pareció prestar atención. Sin embargo, Ramona tuvo una idea.

"¿Qué te parece si hacemos una competencia? Tú y yo, el que logre cantar más hermoso y melodioso. Si ganas, te prometo ayudar a que todos en la granja reconozcan tu talento. Pero si pierdes, tendrás que reconocer que Rita también tiene habilidades. ¿Qué dices, Ramón?"

El gallo, confiado, asintió sin pensarlo dos veces.

La competencia se llevó a cabo. Ramón cantó con toda su fuerza. Las cabras aplaudieron, pero cuando era el turno de Rita, ella se sintió nerviosa. La presión fue mucha.

"No puedo, soy solo una pequeña ratita. No seré capaz de hacerlo mejor que Ramón." - susurró Rita entre dientes.

Pero algo dentro de ella se encendió. Recordó todo su esfuerzo y dedicación, y aunque no se sentía segura, se armó de valor.

Decidida, se acercó al micrófono improvisado que habían hecho con una caña. Cerró los ojos, tomó una bocanada de aire y empezó a cantar.

Su voz, aunque pequeña, era dulce y melodiosa. Los animales se detuvieron a escucharla, y el ambiente se llenó de un canto que resonó en cada rincón del lugar.

Rita terminó su canción, y un silencio lleno de asombro siguió. Las cabras comenzaron a aplaudir y a vitorear:

"¡Bravo! ¡Eso fue maravilloso!"

Ramón se mostró sorprendido, y por primera vez se dio cuenta de que había subestimado a Rita.

Al final, Ramona dijo:

"Ambos han hecho un excelente trabajo, pero el verdadero premio es cada uno a su manera. Reconocemos el talento de Rita, y también el tuyo, Ramón."

Los animales de la granja empezaron a aplaudir nuevamente, pero esta vez era más por Rita.

Desde ese día, Ramón se dio cuenta de que no importa el tamaño o la apariencia, cada uno tiene algo especial que ofrecer. Comenzó a tratar a Rita con más respeto y juntos hicieron un gran equipo, llevando la alegría del canto a todo el pueblito.

Y así, la ratita presumida aprendió que la verdadera belleza viene de adentro y que todos merecen ser escuchados y valorados por lo que son, sin importar su tamaño o su apariencia.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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