La Reina Adela y los Reyes Celosos



Adela era la reina de las fiestas en su pequeño pueblo. Todos la admiraban no solo por su belleza, sino también por su amabilidad y generosidad. Cada año, el pueblo celebraba un gran festival en su honor, y este año no sería la excepción. Como la tradición lo indicaba, se elegirían a dos reyes para acompañarla: Tomás y Leo.

Tomás era fuerte y carismático, siempre sabía cómo hacer reír a Adela. Leo, en cambio, era muy inteligente y le gustaba resolver acertijos. Los dos estaban locamente enamorados de ella, y a medida que el festival se acercaba, comenzaron a competir para ver quién podía hacerla más feliz.

El primer día del festival, Adela estaba sentada en un hermoso trono bajo el sol. El calor era intenso. Cuando se empezó a quejar, Tomás se acercó de inmediato con un abanico.

"¡Adela, acláralo! Déjame abanicarte para que estés fresquita!" - dijo Tomás, agitando el abanico con mucha energía.

Pero Leo no quiso quedarse atrás.

"¡No! Yo tengo una idea mejor. ¡Adela, ven!" - la llamó mientras corría hacia ella con un sombrero de paja gigante. "Ponete esto para protegerte del sol!"

Los dos reyes comenzaron a pelearse por la atención de Adela...

"¡Adela, yo fui el primero!" - aseguró Tomás, señalando el abanico.

"Pero yo tengo un sombrero que la protegerá de verdad!" - respondió Leo, levantando el sombrero hacia el cielo.

Adela, entre risas, dijo: "¡Chicos, chicos! Estoy feliz con lo que me traen, pero no quiero que se peleen. Ustedes son mis amigos. ¿Por qué no podemos compartir?"

Tomás y Leo se miraron. Se dieron cuenta de que estaban tan concentrados en competir que se olvidaron de lo más importante: la amistad y la felicidad de Adela.

Así fue como decidieron trabajar juntos. A lo largo de las siguientes jornadas del festival, se turnaban para hacer pequeños actos de amabilidad. Preparaban juntos platos riquísimos y se aseguraban de que Adela estuviera cómoda y feliz, sin pelear.

Un día, Adela se mostró triste. No podía encontrar su collar favorito, un hermoso regalo de su abuela. Los reyes la notaron de inmediato.

"¡No te preocupes, Adela! ¡Vamos a buscarlo!" - dijo Tomás.

"Yo tengo un mapa de la zona, podemos dividirnos y buscarlo más rápido!" - sugirió Leo entusiasmado.

Ambos se alejaron corriendo en direcciones opuestas, y mientras buscaban, se dieron cuenta de lo importante que era para ellos ver a Adela sonreír. No solo por su belleza, sino por su corazón bondadoso.

Finalmente, Tomás encontró el collar entre unas flores y volvió rápido con él. "¡Adela! ¡Mira lo que encontré!" - gritó con alegría.

Adela iluminó su rostro al ver su collar. "¡Gracias, Tomás! No sé qué hubiese hecho sin ustedes."

"Lo hicimos juntos, somos un equipo!" - agregó Leo, dándole una palmada en la espalda a Tomás.

Desde entonces, Adela, Tomás y Leo fueron inseparables. Aprendieron que la verdadera amistad no se trata de competir, sino de colaborar y hacer felices a los demás. Así, su pueblo no solo celebraba festín tras festín, sino también el valor de la amistad.

Y así, en lugar de dos reyes celosos, Adela se ganó a dos amigos leales. Juntos vivieron muchas más aventuras, y cada año, el festival no solo celebraba a la reina, sino también la unión y el amor entre los tres, enseñando a todos que la competencia no crea la verdadera felicidad.

FIN.

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