Las Aventuras de Tomás el Mentiroso



Había una vez en un pequeño pueblo un niño llamado Tomás, conocido por todos como el 'mentiroso del barrio'. Cada vez que hablaba, parecía que la verdad se escondía muy lejos de sus palabras.

Un día, Tomás estaba en la plaza jugando con sus amigos. Cuando su mamá lo llamó,

"Tomás, ven a casa a almorzar, ¡es tu plato favorito!" - gritó la mamá con una sonrisa.

Tomás, que tenía un pelado amigo llamado Miguel que decía que se había encontrado con un dragón en el bosque, no podía resistir contarle algo muy parecido a su mamá.

"¡Mamá! Vení rápido, vi un dragón volando sobre nuestro patio" - dijo Tomás, con ojos grandes de emoción.

La mamá, sorprendida, respondió:

"¿Un dragón, Tomás? Eso suena increíble, pero... ¿estás seguro?"

"Sí, lo vi justo antes de que llegues. ¡Era enorme y escupía fuego!" - continuó Tomás.

La mamá, sin querer perderse la aventura, lo llevó corriendo al patio, pero no encontró nada. Avergonzado, Tomás tuvo que admitir:

"Bueno, en realidad no hay un dragón..."

"Tomás, ¿por qué me mentiste?" - preguntó la mamá con tristeza.

Tomás se quedó en silencio, porque sabía que la verdad era más simple y no tan emocionante.

Pasaron los días, y cada vez que Tomás mentía, su mamá parecía menos sorprendida. Pronto, las nuevas aventuras de Tomás se convirtieron en historias tan inverosímiles que todos en el barrio empezaron a ignorarlo.

Un día, Tomás decidió que quería asistir a una feria que llegaba al pueblo. Era el evento más esperado del año, y él sabía que su madre lo dejaría ir si prometía que no mentiría más.

"¡Mamá! Prometo que no voy a mentir. Solo quiero que me dejes ir a la feria con mis amigos" - le dijo, con la esperanza de ser escuchado esta vez.

La mamá, dudosa pero esperanzada, respondió:

"Está bien, Tomás, pero en serio... quiero que me digas la verdad, ¿de acuerdo?"

"¡Sí! ¡Prometo que no mentiré!" - contestó el chico emocionado.

Así que, el día de la feria, Tomás corrió a disfrutar de todos los juegos y atracciones. La mejor parte llegó cuando se encontró con un circo. Allí conoció a un hombre que hacía trucos y contaba historias. Tomás quedó fascinado y decidió acercarse.

"Hola, pequeño, ¿quieres escuchar una historia increíble?" - le preguntó el hombre del circo.

Tomás, con los ojos brillantes, asintió. El hombre comenzó a contar cómo un niño y su amigo terminaron en una aventura en un reino mágico por haber dicho la verdad. Y en la historia, cada vez que el niño mentía, algo misterioso sucedía que complicaba su vida.

Tomás se sintió identificado. Pensó en todas las veces que había dejado a su mamá esperando, ansiosa por escuchar sus relatos. Se dio cuenta de que la verdad podía ser tan emocionante como una gran mentira, solo que estaba ahí, en las pequeñas cosas cotidianas.

Al regresar a casa, Tomás decidió ser sincero con su mamá.

"Mamá, hoy fui a la feria y vi cosas increíbles y... tengo que decirte algo importante" - empezó Tomás, nervioso.

"¿Qué, hijo?" - preguntó ella, con curiosidad.

"No vi dragones ni cosas fantásticas, pero..." - respiró hondo y agregó:

"¡Tuve el mejor día con mis amigos y me divertí muchísimo!"

La mamá sonrió:

"Eso es genial, Tomás. Gracias por ser honesto. Siempre puedes contarme tus aventuras reales, son las más valiosas".

Desde ese día, Tomás se convirtió en un niño sincero, cuyo corazón se llenó de alegría al compartir las verdades de su vida. Sus amigos y su mamá lo escuchaban con atención, y sus historias reales se convirtieron en aventuras tan emocionantes como cualquier dragón.

Y aunque a veces tenía ganas de mentir, recordaba el cuento del hombre del circo, y eso lo ayudaba a elegir siempre la verdad. Y así, Tomás aprendió que contar la verdad puede ser la aventura más maravillosa de todas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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