Las Estrellas de Algodón



En un pequeño y polvoriento pueblo rodeado de campos de algodón, vivía una niña llamada Luna. Tenía diez años y siempre iba descalza, pues sus abuelos eran muy pobres. Ella y su hermanita, Estrella, de solo cinco años, compartían una cama hecha de bolsas de algodón rellenas de espartillo. A menudo, escuchaban cómo el viento soplaba entre las ramas de los árboles, pero a Luna, eso le parecía una canción triste.

"Hoy hay que cosechar más algodón, Luna. El abuelo necesita que tengamos comida en la mesa", le recordaba su abuela, mientras tejía con sus manos arrugadas.

Luna miraba a su abuela y asentía, ya que sabía que su familia dependía de esa cosecha para sobrevivir.

Cada día, después de las horas de trabajo bajo el sol, se quedaba con Estrella, tratando de hacerla reír.

"Contame un cuento, Luna", pedía la pequeña, con sus grandes ojos llenos de esperanza.

"Está bien, Estrellita. Te contaré sobre las estrellas que brillan en la noche", decía Luna, inventando historias sobre princesas y castillos en el cielo.

Sin embargo, en su vida no había lugar para los cumpleaños ni para muestras de cariño. El amor se manifestaba en el trabajo y en las pequeñas cosas, como compartir una comida o cuidar de su hermanita.

Una noche, mientras Luna miraba por la ventana, notó que había menos estrellas de lo habitual. Entonces, pensó que cada estrella representaba a cada niño que no podía tener un cumpleaños. Se sintió triste, pero en vez de dejarse llevar por la tristeza, decidió hacer algo especial.

"Estrella, ¿qué te gustaría que tuvieras en tu cumpleaños?", le preguntó Luna, sonriendo.

"Quiero una torta y globos", respondió Estrella, inocente y llena de sueños.

Esa noche, Luna se determinó a hacer que el cumpleaños de su hermanita fuera especial, aunque no tuvieran dinero. Se despertó temprano y salió al campo. Recolectó flores silvestres para hacer un ramo y se le ocurrió hacer una torta de barro, utilizando algunos ingredientes que encontró en la cocina: harina, agua y un poco de azúcar.

El día del cumpleaños, cuando Estrella se despertó, Luna la sorprendió con un pequeño almuerzo de flores y su torta de barro.

"Feliz cumpleaños, Estrellita", exclamó Luna con entusiasmo.

"¡Es hermosa!", gritó Estrella, llena de alegría.

Apenas empezaron a comer cuando se escuchó un ruido en la puerta. Era su abuelo, que venía con algunos bollos que había logrado vender.

"¿Qué ocurre aquí?", preguntó con curiosidad.

"Es el cumpleaños de Estrella, abuelo", dijo Luna sonriendo.

"Nunca he celebrado un cumpleaños en mi vida, pero veo que hay alegría aquí. ¡Vamos a hacer un festejo con estos bollos!" Los ojos de Luna brillaron.

Los tres pasaron una tarde maravillosa. Al final del día, mientras el sol se ponía, su abuela salió y dijo:

"Saben, tal vez debemos celebrar todos los días un poquito. La vida no es solo trabajo, también es amor y alegría."

Desde entonces, a pesar de ser pobres, Luna y su familia decidieron festejar la llegada de cada día como un nuevo comienzo lleno de pequeñas alegrías.

Y así, en un rincón de ese pueblo, una niña llamada Luna aprendió que no se necesita mucho para ser feliz.

FIN.

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