Las Fiestas de Pradoluengo



Era un hermoso día de primavera en el pintoresco pueblo de Pradoluengo. Las flores estaban en plena floración y el aire fresco traía consigo los aromas de la comida que se preparaba para las fiestas locales. Lucía, una niña de diez años con una sonrisa radiante, estaba emocionada. Hoy era el primer día de las fiestas del pueblo, y iba a ser una aventura increíble.

"¡Mamá, ya podemos ir a las fiestas!" gritó Lucía, mientras corría hacia la cocina.

"¡Calma, Lucía! Aún no hemos terminado de preparar todo. Primero ayuda a tu hermano con los globos", respondió su madre entre risas.

Un rato después, finalmente llegaron al centro del pueblo, donde la plaza había sido adornada con cintas de colores y luces parpadeantes. Una gran multitud estaba reunida, y el sonido de risas y música llenaba el aire.

"¡Mirá, Lucía! Esos son los títeres que trae don Ezequiel", dijo su hermano mayor, Joaquín, señalando a un grupo de adultos que estaban armando un escenario.

"¡Son hermosos!", exclamó Lucía, corriendo hacia donde estaban los títeres gigantes. Su rostro se iluminó al ver cómo los muñecos cobraban vida en las manos hábiles de don Ezequiel.

Al poco tiempo, el espectáculo comenzó. Lucía se sentó en el suelo con otros niños, y todos miraban con atención mientras los títeres contaban historias de valentía y amistad. Pero mientras todos aplaudían y reían, Lucía notó algo extraño: uno de los títeres, un dragón verde llamado Valentín, parecía un poco triste.

"¿Por qué estás triste, Valentín?" le dijo en voz baja, pensando que el títere podría escucharla.

De pronto, el dragón, aunque hecho de marioneta, pareció mirarla.

"Porque no tengo a nadie que juegue conmigo", respondió, aunque su voz era un susurro apenas audible. Todos en la plaza disfrutaban del show, pero ella se sintió conectada con Valentín.

"Yo puedo jugar contigo", dijo impulsivamente. La reacción de Valentín fue instantánea. Los ojos del títere brillaron.

"¿De verdad? Que bien. ¿Podrías ayudarme a hacer un festival en el que todos los niños vengan a jugar?", preguntó el dragón.

"¡Sí! ¡Haré lo que sea necesario!", respondió Lucía emocionada.

Cuando llegó la noche, Lucía y Valentín idearon un plan. Juntos, lograron reunir a todos los niños del pueblo, incluyendo a aquellos que generalmente no se unían a los juegos, como Simón, un chico tímido que siempre se quedaba al margen.

"Vamos, Simón, ¡ven a jugar!", lo llamó Lucía con una gran sonrisa.

"No sé... no soy bueno en los juegos", conteste Simón, con un tono inseguro.

"¡Pero Valentín y yo creemos en ti!", exclamó Lucía.

Después de un rato de insistencia, Simón se unió al grupo. Con su guía, Lucía organizó juegos, carreras y hasta un concurso de talentos. Valentín, aunque era un dragón de madera, hacía que todos los niños se sintieran valientes y felices.

Esa noche, el dragón no solo llenó de risas la plaza, sino que también ayudó a crear un fuerte lazo de amistad entre todos los presentes. Las luces brillaban, la música sonaba, y Simón, ahora lleno de confianza, se destacó en el concurso de talentos con su habilidad para contar historias.

"¡Mirá cómo brilla el dragón ahora!", dijo Joaquín mientras todos aplaudían a Simón. El niño, emocionado, sonrió por primera vez.

"Todo gracias a vos, Lucía", le susurró Valentín. "Ahora sé que nunca más estaré solo."

Y así, Lucía aprendió una lección importante: a veces, lo que más necesita alguien es un poco de amistad y un lugar donde sentirse bienvenido. Al caer la noche, los festejos continuaron y cada niño, sin excepción, sonrió y disfrutó como nunca antes. Pradoluengo nunca había sido tan colorido y lleno de vida.

"Este año, ¡haré que cada fiesta sea especial!", proclamó Lucía con determinación, decidida a seguir haciendo mágicas las fiestas del pueblo cada primavera.

Y así, con un dragón de madera en su corazón y un nuevo grupo de amigos, Lucía comprendió que la verdadera magia de las fiestas era la alegría de compartir y crear recuerdos que durarían para siempre.

FIN.

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