Las Soluciones de la Abuela Dorita



En un rincón olvidado del mundo, donde las casas eran torcidas y los árboles se alzaban como gigantes ante el cielo, existía un lugar mágico llamado Tordiluna. Allí, viviendas de colores brillantes se alineaban como si estuvieran bailando, mientras que frutos extraños colgaban de las ramas dispuestas a caer. Los habitantes de Tordiluna eran seres extraordinarios: hadas, duendes y criaturas fantásticas que anhelaban resolver los problemas de su día a día con un toque de magia.

Un día, Los Chiquititos, un grupo de duendes curiosos que vivían en una casa en forma de espiral, se reunieron en su jardín a discutir sobre un gran problema: las frutas se habían vuelto amargas y la miel del pueblo se había secado. Sintieron que necesitaban una solución mágica.

"¿Por qué no pedimos ayuda a los Sabios del Bosque? Ellos deben conocer un hechizo", sugirió Pino, el más aventurero del grupo.

"O podríamos hacer una poción mágica con las flores que brillan", opinó Lila, que siempre llevaba una flor en el cabello.

Todos estuvieron de acuerdo y se lanzaron a la búsqueda de soluciones mágicas. Pero tras días y días de exploraciones, no lograron encontrar ninguna respuesta. La frustración fue creciendo y comenzaban a perder la esperanza. Fue entonces cuando, en una de sus caminatas, encontraron a una anciana sentada en un banco de madera que estaba tejiendo un enorme chal.

"¿Por qué tan tristes, pequeños?", preguntó la anciana, con voz suave y cálida.

"Buscamos alguna magia que nos ayude a arreglar nuestras frutas y volver a tener miel", explicó Mielito, el más dulce del grupo.

La anciana sonrió, y les dijo:

"Queridos niños, la magia que buscan no está en los hechizos, sino en el trabajo duro. Las soluciones no son instantáneas, deben ser cultivadas con esfuerzo y dedicación".

Los Chiquititos se miraron entre sí, confundidos.

"¿Acaso no hay una varita mágica que pueda hacernos el trabajo?", preguntó Pino, sorprendido.

"No, querida criatura. Cada problema nos obliga a aprender y esforzarnos. Les contaré una historia", dijo la abuela.

Mientras tejía, comenzó a relatarles sobre su juventud, cuando también soñaba con encontrar soluciones mágicas, pero se dio cuenta de que el verdadero logro estaba en el amor y dedicación que ponía en cada actividad.

"Una vez, planté un árbol y esperé mucho tiempo por sus frutas. Pero nunca crecieron hasta que empecé a regarlo, cuidarlo y hablarle".

Inspirados por sus palabras, los Chiquititos decidieron trabajar en lugar de esperar. Regaron cada planta, hablaron con los árboles y compartieron con los demás habitantes del pueblo sobre su situación.

Pasaron las semanas, y al principio no vieron cambios. Pero no se rindieron y continuaron cuidando su jardín. Un día, al regresar de sus tareas, encontraron algo increíble:

"¡Miren!", gritó Lila.

Las frutas volvían a ser dulces y brillantes, y la miel comenzaba a goteo nuevamente del panal. Los Chiquititos saltaron de alegría.

"¡Lo logramos! No fue magia, fue trabajo y amor!", exclamó Mielito.

Fueron a agradecerle a la anciana.

"Gracias, abuela Dorita. Nos has enseñado que no hay magias para las soluciones, solo el esfuerzo sincero".

La anciana sonrió y acarició sus cabezas.

"Ese es el verdadero poder que llevas dentro. Recuerden, siempre habrá problemas, pero con dedicación y trabajo en equipo, todo se puede solucionar".

Los Chiquititos volvieron a su hogar con el corazón lleno de felicidad y nuevos aprendizajes, sabiendo que en su pequeño mundo de Tordiluna, la magia más grande era el esfuerzo compartido y el valor de trabajar juntos por un mismo objetivo.

FIN.

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