Los Guardianes de la Huerta



En una pequeña aldea llamada Verdilandia, sus habitantes siempre habían cuidado de su entorno natural. Las casas estaban rodeadas de árboles frutales, campos de flores y pequeñas huertas que decoraban cada patio. La aldea rebosaba de frutas frescas y hortalizas, gracias al esmero de sus vecinos.

Un día, la anciana Doña Hortensia, con su voz suave y sabia, reunió a todos los niños de la aldea en la plaza. Ella era conocida por sus mágicas recetas y su profundo conocimiento sobre plantas.

"Queridos chicos, quiero que se conviertan en guardianes de la huerta de nuestro pueblo", propuso Doña Hortensia, mientras sus ojos brillaban con entusiasmo.

Los niños se miraron entre sí, llenos de curiosidad.

"¿Cómo es eso, Doña Hortensia?", preguntó Juanito, el más travieso del grupo.

"Les enseñaré los secretos de cultivar y cuidar de los vegetales. Cada uno de ustedes podrá sembrar, regar y cosechar. ¡Imaginemos lo ricas que estarán las comidas de Verdilandia!"

Los ojos de todos se iluminaron. Aceptaron emocionados, sin saber que esta aventura traería consigo tanto aprendizaje como sorpresas.

Al día siguiente, se reunieron en la huerta que estaba detrás de la casa de Doña Hortensia. Era un terreno grande y húmedo, poblado de malas hierbas.

"Primero debemos limpiar y preparar la tierra", dijo Doña Hortensia.

Los niños comenzaron a trabajar entusiasmados, riendo y jugando mientras sacaban las malas hierbas. De pronto, Lucía, la más pequeña, gritó:

"¡Encontré una lombriz!"

"Esa lombriz ayudará a que la tierra sea más fértil", explicó Doña Hortensia, sonriendo. "A partir de ahora, serán nuestros amigos".

Con el terreno listo, llegó el momento de sembrar. Doña Hortensia les mostró diferentes semillas.

"Estas son semillas de zanahoria, y estas son de lechuga", explicó.

Tomados de la mano, los niños se formaron en fila, cada uno plantando con cuidado una semilla. En ese momento, se sintieron verdaderos guardianes de la naturaleza.

Las semanas pasaron y la huerta comenzó a transformarse. Las primeras hojas verdes asomaban timidamente del suelo. Sin embargo, también apareció un problema inesperado; algunos días, notaron que las plantas estaban siendo devoradas.

"¿Qué está pasando, Doña Hortensia?", preguntó Juanito con preocupación.

"Creo que unos pequeños insectos están atacando nuestra huerta", dijo ella, mientras observaba con atención.

Para solucionar la situación, la anciana propuso una nueva tarea para los niños.

"Vamos a hacer trampas naturales para proteger nuestras plantas. Utilizaremos un poco de jabón y agua".

Los niños siguieron sus instrucciones, y poco a poco, aprendieron sobre el equilibrio del ecosistema. Así, se dieron cuenta de que, en vez de usar químicos, podían cuidar su huerta de manera natural.

La cosecha finalmente llegó, y cada niño estaba listo para recoger lo que habían sembrado. Risas y gritos de alegría llenaron el aire cuando comenzaron a llenar sus canastas con zanahorias, lechugas y otros vegetales.

"¡Miren lo que logramos!", exclamó Lucía, con una enorme sonrisa.

"Esto es solo el comienzo", dijo Doña Hortensia. "Cada uno será un embajador de la naturaleza y la importancia de cuidar nuestras huertas y el medio ambiente".

Emocionados, los niños decidieron hacer una gran fiesta en la plaza de Verdilandia para compartir su cosecha con los demás habitantes.

"Vamos a preparar comidas deliciosas con lo que cultivamos", sugirió Juanito, mientras organizaban todo.

Esa noche, la aldea brilló con luces y risas. La cena fue un éxito, y todos elogiaron el esfuerzo de los niños, a quienes a partir de aquel día llamaron "los guardianes de la huerta".

"Gracias a ustedes, Verdilandia se llenará de vida y color para siempre", dijo Doña Hortensia, muy orgullosa.

Desde ese momento, los niños continuaron cuidando de la huerta y mantuvieron viva la tradición de ser guardianes del entorno natural de su amada Verdilandia. Cada año, la huerta florecía más y más, un símbolo de unidad, amor por la naturaleza, y sobre todo, la importancia de cuidar de nuestro hermoso planeta.

FIN.

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