Los Valientes de Tucumán



Era un día soleado en el año 1816, y en la ciudad de Tucumán, los corazones de los patriotas palpitaban de emoción. El Congreso estaba por comenzar, y los representantes de distintas provincias se habían reunido para discutir un tema muy importante: ¡la independencia de España!

Entre ellos estaba Manuel Belgrano, un hombre valiente que soñaba con un futuro libre, y José de San Martín, un general con un espíritu indomable. Ambos sentían que era el momento de alzar la voz.

"Hoy tenemos que decidir el futuro de nuestra nación, amigos", dijo Belgrano con determinación.

"Así es, Manuel. No podemos seguir bajo el dominio de otro país. ¡Es hora de ser libres!", exclamó San Martín, moviendo su espada con entusiasmo.

Los congresales comenzaron a murmurar. Había muchos puntos de vista, y algunos se mostraban duditativos.

"Pero, ¿y si nos atacan? No estamos preparados para una guerra", argumentó uno de los congresales.

"No podemos vivir con miedo. Si nos quedamos callados, siempre seremos esclavos. ¡Debemos luchar!", respondió una congresista con pasión.

Mientras tanto, afuera del congreso, un grupo de niños jugaba al fútbol en la plaza, ajenos a la importancia del momento. Pero uno de ellos, llamado Juan, escuchó una conversación entre sus padres sobre la independencia. Intrigado, decidió acercarse al congreso para ver qué sucedía.

Cuando llegó, vio a todos discutindo y el ambiente estaba cargado de energía.

"¡Quiero ser parte de esto!", gritó Juan con todas sus fuerzas. Todos lo miraron sorprendidos.

"¿Y tú quién eres, pequeño?", preguntó Belgrano, agachándose para escucharlo mejor.

"Soy Juan, y creo que debemos ser libres para que podamos jugar en paz", respondió el niño, con una mirada llena de valentía.

Los congresales sonrieron. La voz sincera de un niño les recordó por qué estaban allí.

"Tiene razón, Juan. Esta lucha no es solo por nosotros, es por el futuro de todos los jóvenes como tú", dijo San Martín, con una sonrisa.

Así, los congresales, inspirados por la voz de un niño, regresaron a sus responsabilidades. Se sentaron a discutir y a meditar sobre lo que se debía hacer. Uno de ellos propuso un plan:

"Hagamos una declaración. Pero no será solo en palabras, sino un compromiso de batalla. ¡Juntos combatiendo por nuestra patria!"

Los murmullos creció y todos concordaron. Ya no había vuelta atrás. La mayoría de los congresales levantaron sus manos.

"¡Declaramos nuestra independencia!", gritaron al unísono. Juan levantó su puño también, sintiéndose una parte importantísima de eso.

En ese momento, la plaza afuera estalló en aplausos. Los niños, que habían estado jugando, comenzaron a correr hacia el congreso, ansiosos por escuchar el resultado.

Belgrano y San Martín salieron al balcón, y con gran fuerza, Belgrano levantó su voz:

"¡Hermanos y hermanas! Hoy hemos declarado nuestra independencia. Desde este momento, somos un pueblo libre."

Los aplausos resonaban por toda Tucumán, y Juan sonrió, sintiendo que había contribuido a un momento que cambiaría la historia de su país.

Con el tiempo, los patriotas lucharon firmemente por su libertad y, gracias a su valentía, lo lograron. Juan creció escuchando historias sobre su valentía y cómo un grito de un niño inspiró a los hombres que darían todo por la independencia.

Y así, la declaración de independencia en 1816 se convirtió en un faro de libertad y un símbolo del coraje de aquellos que no se rindieron. Desde aquel día en Tucumán, la semilla de la libertad había sido sembrada, y nunca más la esperanza de ser libres se apagaría.

FIN.

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