Lucía y el Misterioso Bosque de los Colores



Era un día soleado en la pequeña ciudad de Rosario, y Lucía se preparaba para su día de clases en la escuelita primaria de su barrio. Tenía 9 años, era curiosa y siempre estaba dispuesta a aprender cosas nuevas.

Una mañana, mientras su maestra, la señorita Clara, hacía preguntas sobre los árboles y su importancia, Lucía levantó la mano.

"Señorita Clara, ¿qué pasa si los árboles dejen de existir?" - preguntó con su típico entusiasmo.

"Eso sería muy grave, Lucía. Los árboles nos dan oxígeno y son el hogar de muchos animales. Además, nos proporcionan sombra y frutas. Pero hay un lugar cerca de la ciudad donde los colores de los árboles son distintos. Se llama el Bosque de los Colores" - explicó la maestra, mientras sus ojos brillaban de emoción.

Intrigada por la mención del bosque, ese día, después de la escuela, Lucía decidió que quería conocerlo. Se lo contó a su mejor amigo, Tomás.

"Tomás, tenemos que ir al Bosque de los Colores. ¿Te animás?" - le dijo Lucía, con un brillo en los ojos.

"¡Claro! Pero, ¿cómo vamos a llegar?" - preguntó Tomás.

"Podemos ir en bicicleta. ¡Sería una gran aventura!" - respondió Lucía.

Así que ese fin de semana, los dos amigos se prepararon. Se levantaron temprano, llenaron sus mochilas con agua y un par de bocadillos. Montaron sus bicicletas y comenzaron su aventura hacia el misterioso Bosque de los Colores.

Después de pedalear un rato y hacer un par de paradas para descansar y comer algo, Lucía y Tomás llegaron a la entrada del bosque. Se trataba de un lugar que parecía salido de un cuento de hadas, donde los árboles tenían hojas azules, rojas y amarillas, y el aire olía a frutas frescas.

"¡Mirá, Lucía!" - dijo Tomás, asombrado completamente. "Es increíble, parece que estamos en un lugar mágico".

Mientras caminaban, Lucía notó algo extraño. Al fondo del bosque, una luz brillante parecía estar llamándolos. Tomás se detuvo, un poco asustado.

"¿Y si nos perdemos?" - dijo preocupado.

"Dame la mano, Tomás. No vamos a perdernos. Solo vamos a ver qué es esa luz. ¡Vamos!" - respondió Lucía, más emocionada que nunca.

Los dos amigos se acercaron a la luz y descubrieron un árbol gigantesco con frutas de todos los colores. Lucía se acercó para tocar una de las frutas - una manzana brillante que parecía hecha de cristal.

"¡No!" - gritó Tomás. "Espera, no la toques. Podría ser peligrosa".

"Pero Tomás, ¡se ve tan hermosa!" - replicó Lucía, dudando.

De repente, el árbol comenzó a hablar.

"¡Hola, pequeños visitantes! Soy el Árbol de los Sueños. Si tocas una fruta, verás un sueño maravilloso, pero también podría llevarte a un mundo donde los árboles están desapareciendo" - dijo el árbol con voz suave.

Lucía miró a Tomás, quien parecía intrigado.

"¿Qué debemos hacer?" - preguntó Tomás.

"¿Y si tocamos solo una! Solo por un minuto..." - sugirió Lucía.

Finalmente, decidieron tocar la fruta más brillante. En un instante, se encontraron en un mundo oscuro donde no había árboles ni colores, solo polvo y tristeza.

"Esto no es lo que esperaba" - dijo Tomás, temblando un poco.

"Yo tampoco. Pero debemos encontrar la manera de regresar a casa. ¡Los árboles son importantes!" - contestó Lucía, decidida.

Por suerte, en el horizonte, vieron un árbol pequeño, luchando por crecer en medio de la oscuridad. Se acercaron y, al tocarlo, sintieron calidez y energía.

"¡Debemos ayudarlo!" - exclamó Lucía. "Si plantamos semillas, tal vez pueda crecer y traer de vuelta los colores a este mundo".

Tomás, con una chispa de valentía, le dijo:

"Tienes razón. ¡Vamos a juntar piedras y hacer un lugar donde podamos plantarlas!".

Con sus fuerzas, empezaron a juntar semillas que encontraban y crear un pequeño jardín alrededor del árbol. Mientras trabajaban, el árbol comenzó a florecer y, alrededor de ellos, el mundo se llenó de colores y vida nuevamente.

Finalmente, al tocar el árbol otra vez, Lucía y Tomás se encontraron regresando al Bosque de los Colores.

"¿Lo logramos?" - preguntó Tomás, mirando a su amiga.

"Sí. A veces, solo debemos hacer algo bueno y tener fe en que los cambios son posibles" -sonrió Lucía.

Los amigos regresaron a casa, con la lección de que incluso los más pequeños pueden hacer una gran diferencia. Desde ese día, Lucía y Tomás se comprometieron a cuidar cada árbol que encontraran y compartir su historia sobre el Bosque de los Colores.

"¿Cómo se llamará nuestra campaña?" - preguntó Tomás.

"¡Los Guardianes de los Árboles!" - respondió Lucía, llena de emoción.

Así nació su misión, y con cada árbol cuidado, ellos aseguraban un poco más de color y vida para su mundo.

Desde entonces, la escuela, el barrio y hasta la ciudad comenzaron a tener más árboles gracias a la iniciativa de los dos amigos. Lucía aprendió que la curiosidad puede llevar a grandes aventuras y que cada uno de nosotros tiene el poder de hacer un cambio, por pequeño que parezca.

FIN.

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