Miguel y el Puente de la Amistad



En la vibrante ciudad de México, un pequeño inmigrante llamado Miguel llegó desde Honduras. Con una mochila llena de sueños, Miguel deseaba encontrar un lugar donde pudiera jugar, aprender y hacer nuevos amigos. Sin embargo, al llegar a la escuela, se dio cuenta de que sus compañeros no lo aceptaban fácilmente.

Un día, mientras Miguel estaba en el patio de recreo, escuchó a algunos chicos riendo y señalándolo.

"Mirá, ahí viene el 'naco' de Honduras" - dijo uno de ellos.

"No tiene ni idea de cómo jugar al fútbol" - se rió otro.

La tristeza llenó el corazón de Miguel mientras se alejaba, buscando un rincón tranquilo donde pudiera pensar.

Esa tarde, mientras caminaba por el parque, se encontró con una anciana que estaba alimentando a las palomas.

"¿Por qué tan triste, joven?" - preguntó ella con una voz suave.

"No tengo amigos en la escuela y mis compañeros se ríen de mí solo porque soy de Honduras" - respondió Miguel, con la mirada baja.

"No dejes que eso te haga daño. La verdadera amistad no conoce fronteras ni colores" - le dijo la anciana.

Motivado por sus palabras, Miguel decidió hacer algo especial. Al día siguiente, trajo una pelota de fútbol a la escuela y la mostró a sus compañeros.

"¿Quieren jugar conmigo?" - preguntó con entusiasmo.

Los chicos lo miraron con desconfianza.

"¿Para qué? No sabes jugar como nosotros" - replicó uno.

Pero Miguel recordó lo que le había dicho la anciana y siguió sonriendo, mientras los animaba a probar.

"¿Qué tal si hacemos un torneo?" - sugirió.

"El que gane, será el campeón del barrio."

Intrigados, los niños aceptaron. Nunca habían visto jugar a alguien con tanto espíritu. Aunque al principio no era fácil para Miguel, su perseverancia y alegría comenzaron a contagiar a los demás. Uno a uno, se unieron a él y pronto todos estaban corriendo y riendo por el campo.

A medida que el juego avanzaba, se dieron cuenta de que Miguel era un gran jugador.

"¡Oye! No jugás tan mal después de todo" - dijo uno, sorprendido.

"Sí, ¡te necesitamos en nuestro equipo!" - exclamó otro.

El torneo fue un éxito rotundo, y al finalizar, todos celebraron juntos.

"¡Miguel! ¡Eres el mejor!" - gritaron.

Con el tiempo, la discriminación que antes sentía desapareció, y en su lugar brotó una hermosa amistad. Ahora sus compañeros comenzaban a aprender sobre su cultura, y también Miguel se interesó en descubrir tradiciones mexicanas.

Miguel comprendió que la verdadera amistad puede surgir de las diferencias y que cada uno tiene algo valioso para aportar.

Se convirtió en un puente de amor y amistad entre dos culturas, y juntos, construyeron fuertes lazos que unieron a todos.

Así, en la gran ciudad de México, Miguel encontró no solo un hogar, sino también amigos que lo aceptaron tal como era. Y cada vez que se sentía triste, recordaba las palabras de la anciana:

"La verdadera amistad no conoce fronteras ni colores".

Miguel aprendió que ser diferente no es algo malo, sino una oportunidad para aprender y crecer juntos. Y así, el pequeño inmigrante se convirtió en un gran amigo y ejemplo para todos, demostrando que la unión hace la fuerza.

FIN.

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