Pablo y el Río Mágico



Era un cálido viernes por la tarde cuando Pablo decidió ir al río que quedaba cerca de su casa. El sol brillaba en todo su esplendor y las aves cantaban melodías alegres. Pablo amaba el río, pero aquel día, algo en el aire era diferente, había un pequeño brillo entre los arbustos que lo atraía.

- ¿Qué será eso? – se preguntó Pablo, acercándose a la orilla con curiosidad.

Al llegar, Pablo descubrió un pequeño portal de luz resplandeciente entre las piedras. Sin pensarlo dos veces, dio un paso al frente y, al cruzar el umbral, se sintió envuelto en una corriente de colores y sonidos.

De repente, se encontró en un mundo mágico, lleno de criaturas sorprendentes. Había árboles que hablaban, ríos de chocolate y nubes que flotaban como suaves almohadones.

- ¡Bienvenido! – exclamó un pequeño duende que voló hacia él.

- Hola. ¿Dónde estoy? – preguntó Pablo, asombrado.

- Estás en el Reino de la Fantasía, un lugar donde los sueños se hacen realidad. Mi nombre es Trino, y estoy aquí para mostrarte nuestras maravillas. ¿Quieres una aventura? – sonrió el duende.

Pablo asintió con entusiasmo. Juntos cruzaron un puente de caramelos y llegaron a un bosque donde las flores cantaban.

- ¡Escucha! Las flores tienen mucho que decir, cantan sobre la importancia de cuidar de nuestro planeta. – explicó Trino.

- ¿De verdad? – preguntó Pablo, alucinado.

Mientras caminaban, las flores comenzaron a cantar:

- Cuidemos el agua y el aire, el planeta hay que proteger, si cada uno pone de su parte, ¡será un hermoso lugar para vivir!

Pablo tomó nota en su mente. La aventura continuó y encontraron un lago resplandeciente con un pez dorado que brillaba como el sol.

- ¡Hola, Pablo! – dijo el pez, moviendo su cola con energía. – He estado esperando a alguien que quiera aprender a compartir y ayudar. ¿Quieres jugar conmigo?

- ¡Sí! – respondió Pablo mientras se adentraba al agua.

El pez dorado le enseñó a lanzar círculos en el agua que formaban burbujas con mensajes sobre la generosidad y la amistad. Cada burbuja salía zarandeando y decía:

- Compartir es amar, entre amigos siempre hay que ayudar.

Después de jugar, Pablo y Trino se dirigieron a una colina donde los animales organizaban un festival para celebrar la unión de todos los seres del bosque.

- ¡Este es un gran momento! – dijo Trino. – Aquí todos celebran juntos porque entienden que cada uno tiene un papel importante en la comunidad.

Entre risas y bailes, Pablo observó a un perro y a un gato jugando juntos, un ave compartiendo la comida con una ardilla y un conejo promoviendo el cuidado de la naturaleza.

- ¡Qué lindo ver que se llevan tan bien! – comentó Pablo, sonriendo.

- Así es, Pablo. Cada uno, sin importar la diferencia, puede aportar algo valioso – respondió Trino.

Pero repentinamente, el cielo se oscureció. Una nube sombría se acercaba, trayendo frías rachas de viento.

- ¡Rápido! Debemos ayudar a que la fiesta no se arruine! – dijo Trino, preocupado.

Pablo y sus nuevos amigos comenzaron a pensar, todos colaborando.

- Podemos hacer una gran demostración de amistad y amor. ¡Eso ahuyentará a la nube! – sugirió el pez dorado.

- ¡Sí! – gritaron todos juntos, y así unieron sus fuerzas. Pablo propuso que cada uno contara sus historias más felices y las cosas buenas que habían hecho.

Y mientras cada criatura contaba su anécdota más linda, como por arte de magia, la nube comenzó a disiparse, trajo una lluvia de alegría en lugar de tormenta. Al finalizar, el sol brilló con potencia, iluminando el paisaje

- Lo logramos, ¡somos un gran equipo! – celebraron en conjunto, felices y emocionados.

Pablo se sintió pleno. Había aprendido sobre el respeto por la naturaleza, la importancia de compartir y trabajar juntos por un propósito mayor.

Trino sonrió y le dijo:

- Nunca olvides lo que aprendiste aquí, Pablo. En tu mundo, también puedes hacer una diferencia.

Con esas palabras frescas en su corazón, Pablo se despidió de sus amigos y cruzó nuevamente el portal hacia su hogar. Al salir, el río lo recibió con calma.

Regresó a su casa, lleno de ideas y promesas por cumplir. Esa tarde, en lugar de solo mirar el río, había aprendido a soñar y a actuar por un mundo mejor.

Y así, cada vez que Pablo veía el río, recordaba su mágica aventura y compartía todo lo aprendido con sus amigos, porque sabía que compartiendo se construyen puentes hacia un futuro brillante.

.

FIN.

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