Paola y el Mar de Palabras



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Paola. Con solo 7 años, había descubierto un mundo fantástico entre las páginas de los libros. Su habitación estaba repleta de historias de princesas, aventuras en el espacio y cuentos de animales que hablaban. Sin embargo, a pesar de su amor por la lectura, Paola se sentía sola: era la única en su clase que prefería pasar su tiempo libre en la biblioteca en lugar de jugar al fútbol o ver televisión.

Un día, mientras hojeaba un libro nuevo sobre un dragón que vivía en una montaña, Paola escuchó a sus compañeros jugar afuera. Intrigada, decidió salir a ver qué estaban haciendo.

"¿Por qué no jugás con nosotros, Paola?" -le preguntó Julián, un niño del barrio.

"Estoy leyendo sobre un dragón que vuela y tiene un tesoro escondido," -respondió Paola, emocionada.

"Eso suena aburrido, vení a jugar al fútbol, es mucho más divertido" -dijo Mariana, riéndose.

Paola sonrió, pero en su interior se sentía un poco triste. Los libros no solo eran divertidos, ¡también eran su forma de soñar!

Entonces, tuvo una idea. Al día siguiente, llevó un libro a la escuela para compartirlo con sus compañeros. En la hora de receso, se acercó al grupo.

"Chicos, ¿les gustaría escuchar la historia de un dragón que se convierte en amigo de un niño?"

"¿Un dragón? No, gracias. Eso suena raro" -dijo Julián, mientras pateaba la pelota hacia otro lado.

"Pero es una aventura increíble, les prometo que les gustará" -insistió Paola, sintiéndose un poco más decidida.

A pesar de su esfuerzo, los chicos siguieron jugando, ignorando la propuesta de Paola.

Días pasaron y Paola continuó leyendo sola, pero no se rindió. Un día, encontró un cuento sobre una niña valiente que, cuando nadie la apoyaba, se armó de valor y decidió enfrentarse a un dragón. La historia inspiró a Paola y la hizo recordar que ella también podía ser valiente.

Así que decidió organizar una "Semana del Cuento" en su escuela. Hizo carteles coloridos y los pegó por toda la clase.

"¡Chicos! Voy a contarles una historia cada día durante el recreo. ¡Pueden venir a escuchar!" -anunció Paola con entusiasmo.

"¿En serio? ¿Vos contas historias?" -preguntó Mariana, con dudas.

"Sí, y prometo que serán divertidas" -respondió Paola. La curiosidad comenzó a asomarse en sus ojos.

El primer día, cuando empezó a contar la historia del dragón, un par de niños se acercaron y comenzaron a escuchar. Al final, se rieron juntos y aplaudieron. Paola se sintió feliz, ¡finalmente estaba compartiendo su amor por los libros!

Sin embargo, llegó el segundo día y solo Mariana y Julián se presentaron.

"No tengo tiempo para esto, tengo que jugar" -dijo Julián.

Paola sintió que su corazón se hundía un poco.

"Por favor, vengan. Les prometo que la historia de hoy es sobre un tesoro robado y la aventura de recuperarlo" -dijo, tratando de atraerlos.

Mariana lo pensó un momento y luego dijo:

"Está bien, un ratito nomás, no más. Pero no quiero que esto se convierta en una clase de cuentos aburrida" -se rió.

Y así, con el tiempo, más niños comenzaron a venir a escuchar las historias de Paola. Cada día, su emoción crecía y sus historias eran cada vez más divertidas y emocionantes.

Un día, Paola propuso algo nuevo:

"Chicos, ¿qué les parece si hacemos una obra de teatro sobre lo que hemos leído? Podemos ser los personajes de la historia del tesoro robado".

Al principio, se mostraron reacios, pero poco a poco, comenzaron a entusiasmarse con la idea. Se dividieron los roles y comenzaron a ensayar.

"Yo quiero ser el dragón" -gritó Julián con una sonrisa.

"Y yo seré el héroe que lo enfrenta" -dijo Mariana.

La obra fue un éxito. Paola sentía que su corazón reventaba de alegría al ver a sus compañeros disfrutando, riendo y, lo más importante, aprendiendo.

Al finalizar la función, los aplausos resonaron en el aula.

"¡No puedo creerlo! ¡Esto fue genial!" -gritó Julián.

"¡Nunca pensé que contar cuentos podría ser tan divertido!" -añadió Mariana, sonriendo a Paola.

Y así, Paola ya no se sentía más sola. Había demostrado que los libros no solo eran importantes, sino también una puerta a la diversión compartida. Con su valentía y creatividad, logró que sus compañeros viesen la lectura como una aventura, y ellos descubrieron que, a veces, lo diferente puede ser lo más emocionante.

Desde ese día, cada uno de ellos se convirtió en un amante de los cuentos, y la hora de receso se transformó en un momento lleno de risas y relatos. Paola había encontrado su lugar y, más importante aún, había unido a sus amigos a través de las palabras.

Y así acabó la historia de Paola, la niña que con su amor por la lectura, transformó a su grupo de amigos en valientes exploradores de mundos imaginarios. La próxima vez que veas un libro, recuerda que cada página es una nueva aventura esperando ser descubierta.

FIN.

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