Pedro y el Corazón Catalán



Era un soleado día de verano cuando Pedro, un niño de 10 años de Buenos Aires, recibió la noticia que cambiaría su vida. Su papá le dijo que iba a ir a vivir con su tío Charlie en Cataluña, España. Pedro no podía contener la emoción, aunque también sentía un poco de miedo. No conocía el idioma y no sabía cómo sería su vida allí.

Cuando llegó a casa de su tío, todo era diferente. Las calles estaban llenas de gente hablando en un idioma que sonaba como música, pero él no entendía nada.

—Hola, Pedro. ¿Cómo estás? “ le dijo Charlie con una sonrisa amplia.

—Hola, Tío Charlie. Estoy bien. ¿Comer? “, dijo Pedro, confundido.

Charlie rió, “No, no. ‘Cómprate algo’, no ‘comer’. Es muy distinto, pequeño.”

Pedro miró a su alrededor. Había carteles con palabras curiosas que no entendía, pero lo que más atrajo su atención fue una niña que jugaba en el parque. Tenía el cabello rizado y una risa contagiosa. ¿Cómo se llamaría? ¿Daría buen chocolate?

Al día siguiente, su primer día de clase, Pedro conoció a su maestra y a los otros niños. Todos hablaban y reían, pero él solo escuchaba sonidos extraños.

—¡Hola! Yo soy Marta, ¿vienes de Argentina? “, le preguntó una niña de ojos brillantes.

Pedro sonrió y asintió,

—¿Argentina? ¿Eso es un plato típico? “, preguntó sin saber realmente lo que decía.

Los chicos se rieron, incluyendo a Marta.

—No, es un país. ¡Tú eres muy gracioso! “, le dijo ella, aún riéndose.

Pedro se sonrojó. Tío Charlie le había contado que el humor es universal, y decidió hacer amigos a su manera. Así que cada vez que alguien hablaba en catalán, él, asegurándose de poner una gran sonrisa en su rostro, respondía con palabras que sonaban similares a alimentos.

En una actividad, la maestra pidió a los niños que se presentaran:

—Hola, yo soy Laura y me encanta... ¡la pizza! “, dijo una niña.

—¡Yo soy Pedro y me gusta la... ‘catalana’! “, dijo él, haciendo referencia al aperitivo conocido. La clase entera no pudo contener la risa, y Pedro se animó.

Con el tiempo, Pedro empezó a aprender algunas palabras en catalán, lo que le permitió hacer historias más divertidas. Cuando describió su primera comida típica de Cataluña, que era un ‘escudella’, todos aplaudieron.

—¡Qué buen sentido del humor tienes, Pedro! “, exclamó Marta.

Día a día, su conexión con Marta se fortalecía. Un día ella le dijo,

—¿Te gustaría ir al cine conmigo este viernes?

—¡Sí! ¿Ravioles? “, respondió él, confundido nuevamente, pensando en que ‘ir al cine’ era como ‘ir a comer ravioles’.

La risa de Marta sonó como música para él.

El viernes, sin embargo, se encontró en problemas. En lugar de llevársela al cine como había pensado, terminó llevándola a una heladería. Ella se sorprendió, pero no pudo evitar reírse de la confusión de Pedro.

—¡Pedro! ¡Este no es el cine, es una heladería! “, dijo Marta entre risas.

Pedro, un poco avergonzado, decidió detenerse y escuchar realmente lo que ella decía.

—Ah, ya entendí. No soy tan bueno con el ‘catalán’...

—Todo se aprende, Pedro. Y tú eres muy divertido, eso es lo que importa“, dijo Marta sonriendo.

Los días pasaron, y cada encuentro con Marta se volvió más entrañable. Un día, ella le regaló una pulsera de amistad.

—Esta te recordará que, aunque hables raro, ¡estás en buenas manos! “, le dijo con complicidad.

El tiempo pasó volando. La última semana de vacaciones, Pedro organizó un picnic en el parque e invitó a todos sus amigos. Era su forma de despedirse de aquel lugar donde había crecido, donde había aprendido sobre el amor y la amistad, incluso con un idioma extraño.

—¡Es un ‘anel! ’– gritó un niño que había invitado, señalando la pulsera que Marta le había dado. Todos rieron y celebraron su amistad.

Finalmente, cuando llega el momento de regresar a Argentina, Pedro miró a todos sus amigos, y más solemnemente a Marta.

—Voy a extrañar ‘los aneles’ de las historias que hicimos“, dijo él.

Marta sonrió,

—¡Nos volveremos a ver, y seguro habrá más aneles que compartir!

Con una sonrisa, el niño se despidió, llevando consigo no solo la pulsera, sino también la riqueza de aprender de la diversidad y el poder del entendimiento, incluso en los momentos más confusos.

Pedro había llegado a un nuevo país, a un nuevo idioma y había encontrado su lugar en el corazón catalán. La puesta del sol lo acompañaba mientras se marchaba, prometiendo regresar, no solo a ver a su tío, sino a reencontrar a su amiga.

FIN.

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