Pepi y los Espejos del Bosque



En un hermoso bosque, donde los árboles eran altos como gigantes y sus hojas brillaban como joyas, vivía una ardilla muy curiosa llamada Pepi. Pepi tenía un suave pelaje marrón y unos ojos chispeantes llenos de alegría.

Cada mañana, Pepi saltaba de árbol en árbol, disfrutando del aire fresco y de la calidez del sol. Pero lo que más le encantaba a Pepi era descubrir cosas nuevas. Un día, mientras exploraba un rincón del bosque, se encontró con un árbol que tenía un tronco especial: ¡tenía un espejo!"¡Mirá esto!" - exclamó Pepi emocionada. Miró su reflejo y se dio cuenta de que tenía unas mejillas redondas y una colita esponjosa. Se tocó la cara y dijo:

"¡Tengo una nariz pequeña y unos ojos brillantes!"

Pepi sonrió al verse en el espejo. De repente, notó algo extraño en su reflejo. Su sonrisa se hizo más grande, y en el espejo vio que su cara iluminaba el bosque.

"¡Sonrisa!" - gritó Pepi feliz, saltando de un lado a otro.

Siguió su paseo y llegó al siguiente árbol, que también tenía un espejo. Esta vez Pepi se acercó y frunció el ceño.

"¿Qué pasa aquí?" - se preguntó.

El espejo le mostró una cara con un ceño fruncido y las orejas caídas.

"¡Ups!" - dijo Pepi asustada. "¿Por qué luzco así?"

Reflexionando un poco, se dio cuenta de que había un pequeño problema con su nuez favorita que había dejado caer.

"No tengo que preocuparme tanto, solo necesito encontrar mi nuez..." - se dijo, y su ceño se transformó en una sonrisa nuevamente cuando pensó en la solución.

Continuó su camino y llegó a un tercer árbol. Este tenía un espejo diferente; era más grande y brillante. Pepi se acercó y vio en el reflejo cómo las lágrimas caían de sus ojos.

"¿Por qué estoy llorando?" - preguntó Pepi, sintiendo que algo la inquietaba.

Recordó que había perdido a su amigo, el pajarito Pablo, que había volado lejos.

"¡No!" - dijo Pepi, secándose las lágrimas con su patita. "Él volverá. Solo tengo que ser paciente."

Al ver su reflejo de nuevo, se dio cuenta de que aunque podía llorar, también podía sonreír en momentos felices. Así es como las emociones van y vienen.

Finalmente, Pepi llegó a un último árbol que tenía un espejo muy especial: era un arcoíris de colores. Cuando se miró, vio todos los colores de su cara: roja, azul, amarilla, y cada color representaba una emoción diferente.

"¡Mirá cuántas emociones tengo!" - exclamó Pepi maravillada. "A veces estoy feliz, a veces un poquito triste, pero también ¡soy valiente!"

Pepi entendió que todas sus emociones eran importantes y que podía disfrutar de cada una de ellas. Decidida, se volvió al bosque y con cada salto, se sonreía al recordar lo que había aprendido. En su corazón, supo que no estaba sola, que sus amigos también tenían emociones y que ella los quería mucho.

Y así, la ardilla Pepi volvió a casa con una gran lección: cada emoción que reflejamos nos hace únicos. En el bosque, todos somos como los árboles con espejos, reflejando nuestras partes y emociones que nos enriquecen a cada uno.

FIN.

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