Un Cuento del León



En un frondoso bosque vivían seres muy peculiares. Había un burro llamado Bruno que siempre seguía el mismo camino al río para beber agua, y una hormiga llamada Antonia que soñaba con ser la más valiente de todas. A pesar de ser tan diferentes, ambos criaturitas compartían un amigo en común: un majestuoso león llamado Leónidas.

Un día, mientras Bruno paseaba por el bosque, escuchó un bullicio entre las hojas.

"¿Qué es ese ruido?" - se preguntó Bruno, acercándose cautelosamente.

De pronto, una pequeña hormiga salió de un arbusto, luciendo preocupada.

"¡Bruno! ¡Bruno!" - exclamó Antonia, "Necesito tu ayuda! El Rey León ha perdido su corona y no puede encontrarla. Sin ella, no podrá ser el rey que todos queremos."

Bruno, que siempre había sido un poco miedoso, dudó.

"Pero... soy solo un burro. No creo poder ayudar a un rey."

Antonia se acercó a él con determinación en sus ojos.

"Si todos pensamos así, entonces nadie ayudaría a nadie. Eres más fuerte de lo que crees. Además, juntos podríamos encontrarla."

Bruno sonrió, sintiéndose un poco más valiente.

"Está bien, ¡vamos a buscar la corona!"

Ambos se adentraron en el bosque. A medida que caminaban, encontraron varias pistas que los llevaron a la cueva de una astuta zorrilla llamada Zora.

"¿Han visto mi corona?" - preguntó Leónidas, que de repente apareció detrás de ellos.

"La hemos visto cerca de la cueva de Zora" - respondió Antonia.

Leónidas miró a Bruno.

"Pero, ¿qué hacen ustedes aquí buscando mi corona?"

Bruno sintió que su corazón latía más rápido.

"Estamos intentando ayudarte."

Leónidas sonrió.

"¡Eso es lo que necesitamos! Valientes que se atrevan a ayudarnos a todos. Pero necesitamos ser astutos también. Zora podría no entregarme la corona tan fácilmente."

La idea de enfrentarse a la zorrilla intimidaba a Bruno; sin embargo, la chispa de valentía que le había infundido Antonia comenzó a brillar dentro de él.

"Tengo un plan!" - dijo Bruno, más confiado que nunca.

"Podemos distraerla mientras Antonia recupera la corona."

Antonia asintió, y juntos avanzaron hacia la cueva. Cuando llegaron, Zora estaba acomodando algunos tesoros.

"¡Hola, Zora!" - gritó Bruno, intentando parecer valiente. "He escuchado que tienes un increíble tesoro."

Zora, sorprendida, se volvió hacia el burro.

"¿De verdad? ¿Qué sabes de mi tesoro?"

"Sé que es el más brillante de todos. Pero creo que no puede ser tan grande como la fortaleza de mi amigo Leónidas. ¿No te gustaría tenerlo en una competencia?"

"¿Competir?" - preguntó Zora, intrigada. "¿Qué se te ha ocurrido?"

Mientras Zora se distraía con la idea de una competencia, Antonia aprovechó para escabullirse y buscar la corona. Bruno seguía manteniendo a Zora ocupada.

Finalmente, Antonia regresó a toda velocidad, llevando la corona.

"¡Lo logramos! ¡Aquí está!" - exclamó, satisfecha.

"¿Qué?" - gritó Zora, al darse cuenta de lo que había pasado. "¡Me han engañado!"

Los tres se escabulleron rápidamente de la cueva mientras Zora intentaba alcanzarlos.

No pasó mucho tiempo antes de que llegaran nuevamente con Leónidas.

"¡Lo lograron!" - rugió el león, al ver la corona. "No hubiera podido hacerlo sin ustedes. Este acto de valor y trabajo en equipo ha sido lo que realmente brilla."

Bruno sonrió, sintiéndose orgulloso de su valentía.

"Gracias, Antonia. Me ayudaste a ser más valiente de lo que pensaba que podía ser."

Antonia, feliz, le respondió:

"Y gracias a vos, Bruno, por mostrarme que hasta un burro puede ser un gran héroe."

Desde ese día, Bruno y Antonia no solo fueron amigos, sino también grandes aventureros unidos por la valentía y la amistad. Se dieron cuenta de que a pesar de sus diferencias, juntos podían lograr cosas increíbles. Y así, el burro y la hormiga aprendieron que ser un héroe no necesariamente significa ser grande, sino ser valiente y estar dispuesto a ayudar a los demás.

Y cada vez que se encontraban con desafíos, recordaban aquella aventura y cómo juntos habían logrado lo imposible. Con el tiempo, se convirtieron en leyendas del bosque, y siempre decían que lo más importante no era el tamaño, sino el corazón.

FIN.

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