Un Viaje de Amistad



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un conejo llamado Tito que soñaba con tocar la luna. Tito era un conejo muy curioso y siempre miraba al cielo nocturno, maravillándose con la luz brillante de la luna. Cada noche se sentaba bajo un sauce llorón y decía:

"Si tan solo pudiera llegar hasta ella, podría bailar con su luz."

Un día, mientras exploraba el bosque, Tito se encontró con una anciana tortuga llamada Doña Tula.

"¿A dónde vas tan aprisa, pequeño?" -preguntó Doña Tula con voz suave.

"Estoy buscando una manera de llegar a la luna. ¡Quiero bailar con ella!" -respondió Tito emocionado.

"La luna está muy lejos, Tito. Pero si realmente deseas llegar a ella, debes ser valiente y leer las estrellas. Te ayudaré en tu camino."

Tito se sintió entusiasmado. Juntos, Bruno el búho, que era el más sabio de todos, se unió a su aventura.

"Para llegar a la luna, primero necesitamos un plan. Debemos encontrar un lugar alto donde podamos acercarnos a las estrellas y a la luna de verdad," -dijo Bruno.

El trío decidió subir a la colina más alta del pueblo. Mientras se preparaban para su viaje, Tito tuvo una idea.

"¿Y si hacemos un cohete? Así podremos volar hasta la luna!" -sugirió.

"Eso es una gran idea!" -exclamó Doña Tula.

"Pero necesitamos materiales," -respondió Bruno, haciendo una lista de lo que podrían juntar.

Los tres amigos pasaron horas recolectando ramas, hojas grandes, y un poco de barro para hacer su cohete. Trabajaron en equipo, cada uno aportando sus talentos. Finalmente, construyeron un hermoso cohete. El día del despegue, Tito estaba tan nervioso que casi se olvidó de lo que había planeado decirle a la luna.

"No tengo miedo, sólo tengo curiosidad," -se dijo a sí mismo.

"Recuerda, Tito, la curiosidad es la llave para abrir muchas puertas," -le aconsejó Doña Tula.

Con el cohete listo, los amigos tomaron aire y comenzaron a contar hasta tres.

"¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Despegue!" -gritaron. Pero en lugar de elevarse hacia el cielo, el cohete se inclinó y se quedó atascado en una rama alta.

"¡Oh no! Esto no puede estar pasando..." -se lamentó Tito.

"No te preocupes. Esto es solo un pequeño contratiempo. A veces, los sueños requieren persistencia," -dijo Bruno, mientras todos reían.

Después de un rato de intentos fallidos de sacar el cohete, decidieron hacer una pausa para pensar. Fue en ese momento, al mirar la luna llena brillar, que Tito se dio cuenta de algo importante:

"¡Tal vez no necesito llegar hasta la luna para bailar! Puede ser que la luna también me esté mirando a mí. Puedo bailar aquí y ahora, bajo su luz."

Bruno y Doña Tula, comprendiendo la nueva perspectiva de Tito, comenzaron a saltar y a moverse al ritmo de una melodía que sólo ellos podían escuchar. Lo hicieron con alegría, dejándose llevar por la magia de la luna que iluminaba el bosque. Tito se sintió liberado, entendiendo que el verdadero baile no era algo que sólo sucedía en la luna, sino en su corazón.

"Mirá! , vemos cómo la luna baila también sobre el agua, reflejándose en el río..." -dijo Doña Tula, encantada.

Al caer la noche, los amigos decidieron que su aventura no había terminado. Juntos, aprendieron que a veces el verdadero viaje no es el que planeas, sino el que realmente vives.

De regreso al pueblo, Tito compartió su experiencia con todos.

"¡He aprendido que soñar está bien, pero nunca debemos olvidar que los mejores momentos están aquí, con los que amamos!" -anunció Tito.

Y así, cada noche, bajo la luna brillante, Tito y sus amigos celebraban su amistad, bailando y creando nuevas historias, mientras el conejo miraba la luna con respeto, con el corazón lleno de felicidad. La luna, desde lo alto, sonreía con su luz, sabiendo que a esos amigos nunca les faltaría la aventura.

Y así, Tito, Doña Tula y Bruno disfrutaron de cada momento juntos, recordando que aunque a veces los sueños parecen lejanos, la verdadera magia está en el viaje compartido.

FIN.

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