Violeta y el Magosto Mágico



Era un día radiante en Ourense, y Violeta, una niña aventurera y llena de curiosidad, estaba emocionada porque era el día del Magosto, una celebración tradicional donde se asan castañas y se disfrutan en buena compañía.

"¡Mamá, ya está tuesta la castaña!" - gritó Violeta, mientras corría por la cocina.

"¡Ten cuidado, Violeta! Asegúrate de no quemarte, ya falta poco para la fiesta," - respondió su mamá, sonriendo con ternura.

Violeta tenía una particularidad: siempre encontraba maneras de hacer que lo cotidiano se volviera mágico. Vestida con su chaleco de colores y su gorro de lana, salió de su casa lista para la aventura. En la plaza del pueblo, todos estaban preparando las castañas para la celebración.

Al llegar, un grupo de niños la saludó y la invitó a participar en las preparaciones.

"¡Hola, Violeta! ¿Quieres ayudarnos a recoger las castañas?" - le preguntó Pablo, un niño de su escuela.

"¡Claro! Cuanto más, mejor," - respondió ella con una gran sonrisa.

Juntos, comenzaron a recoger las castañas caídas de los árboles, llenando sus canastas rápidamente. De pronto, Violeta vio un destello brillante detrás de un árbol grande y frondoso.

"¿Viste eso?" - preguntó, señalando el resplandor.

Los otros niños miraron curiosos.

"No, ¿qué era?" - preguntó Luna, la más pequeña del grupo.

Violeta decidió investigar. Se acercó al árbol y, antes de que alguien pudiera detenerla, entró en el bosque. Cuando llegó al lugar donde había visto el brillo, encontró una pequeña cueva luminosa.

"¡Miren!" - gritó al regresar con los demás. "¡Hay una cueva mágica!"

Los niños la siguieron, con la expectativa en sus ojos. Una vez dentro, vieron piedras que brillaban como estrellas. La cueva tenía un aire misterioso y al mismo tiempo acogedor.

"Esto es increíble," - dijo Pablo, mientras exploraban el lugar.

Violeta, con su espíritu curioso, decidió tocar una de las piedras. Al hacerlo, un suave canto comenzó a llenar el aire.

"¿Qué está pasando?" - preguntó Luna, mirando a su alrededor con una mezcla de miedo y emoción.

"Creo que hemos despertado a los guardianes de la cueva," - dijo Violeta, con los ojos muy abiertos.

De repente, del fondo de la cueva, aparecieron dos pequeñas criaturas con alas de colores, que parecían hadas.

"¡Hola, amigos!" - dijeron al unísono. "Gracias por despertarnos. Nos encanta celebrar Magosto, pero este año, necesitamos su ayuda."

Los niños se miraron unos a otros, emocionados.

"¿Ayudarlos? ¿En qué?" - preguntó Violeta, con la voz temblorosa de la emoción.

"Cada año, ayudamos a recolectar castañas, pero este año la cantidad es menor. Si no llegamos a reunirlas, no podremos celebrar."

Violeta pensó por un momento.

"Podemos ayudar, tenemos un montón de castañas!" - exclamó.

Las hadas sonrieron.

"Exacto, pero necesitamos que sean especiales. Necesitan ser castañas llenas de alegría y amistad."

Violeta y los otros niños comenzaron a recordar momentos felices con su familia y amigos. Cuando hablaban sobre sus recuerdos, las castañas en sus canastas comenzaron a brillar.

"¡Eso es! ¡Están llenas de alegría!" - gritó Violeta.

Las hadas comenzaron a danzar y a cantar, llenando la cueva con magia. Violeta y los niños, llevándose unas cuantas castañas, regresaron a la plaza.

Cuando llegaron, la gente ya estaba encendiendo los fuegos para asar las castañas, pero la pileta de castañas estaba casi vacía. Rápidamente, Violeta corrió hacia el fuego y comenzó a compartir las castañas mágicas que habían recolectado.

"¡Miren esto! ¡Son especiales, llenas de alegría!" - dijo, sonriendo a los adultos y niños del pueblo.

Las personas fueron acercándose interesadas, y después de probar las castañas, comenzaron a recordar momentos felices de sus vidas, contando chistes y recuerdos, próximas a reir a carcajadas y sonrisas.

"¡Esto es lo que necesita el Magosto, alegría!" - dijo una anciana, emocionada.

Aquella noche, el Magosto fue el más mágico de todos. Las risas y la felicidad llenaban el aire, iluminando la plaza con calidez y amor.

Violeta se sintió muy feliz. Nunca olvidaría aquel Magosto, donde la magia no solo fue descubierta en una cueva sino que se creó en el corazón de cada uno.

Y así, desde ese día, Violeta y los niños decidieron que cada año, no solo se trataría de asar castañas, sino también de compartir alegría y amistad, porque la verdadera magia está en los momentos vividos y compartidos.

"¡Feliz Magosto!" - gritaron todos al unísono, levantando sus castañas al cielo.

La verdadera magia nunca se detiene, y Violeta lo sabía bien.

FIN.

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