Había una vez un niño llamado Nathanael, que era muy bueno y amable. Siempre trataba de ayudar a los demás y tenía un corazón lleno de bondad.
Sin embargo, había algo que lo hacía sentir triste y llorar mucho: no podía controlar sus emociones. Nathanael vivía en un pequeño pueblo en Argentina, donde todos se conocían y se ayudaban mutuamente. Su mamá, Laura, era su mayor apoyo y siempre estaba allí para consolarlo cuando lloraba.
Un día, mientras caminaban por el parque del pueblo, Nathanael vio a un grupo de niños jugando al fútbol. Se acercó tímidamente y preguntó si podía unirse a ellos. Los niños aceptaron con gusto y pronto empezaron a jugar juntos.
Nathanael descubrió que le encantaba jugar al fútbol. Aunque no era el mejor jugador del equipo, siempre daba lo mejor de sí mismo y nunca dejaba de intentarlo.
A veces cometía errores o perdía el balón, pero eso no lo desanimaba; simplemente seguía adelante con una sonrisa en su rostro. Un día, durante uno de los partidos más importantes del año, Nathanael fue elegido como capitán del equipo.
Estaba emocionado pero también nervioso porque sentía mucha presión sobre sus hombros. Durante la primera mitad del partido, las cosas no iban bien para el equipo de Nathanael. Estaban perdiendo por dos goles y todos estaban desanimados.
En ese momento crucial, Nathanael decidió hablarles a sus compañeros:"Chicos, sé que estamos perdiendo, pero no podemos rendirnos. Somos un equipo y juntos podemos lograrlo. Si jugamos con todo nuestro corazón y nos apoyamos mutuamente, sé que podemos darle la vuelta a este partido".
Sus palabras inspiraron a sus compañeros de equipo, quienes comenzaron a jugar con más determinación. Nathanael hizo una asistencia perfecta para el primer gol de su equipo y anotó el segundo gol él mismo. El partido estaba empatado y solo quedaban unos minutos.
Fue entonces cuando Nathanael recibió el balón cerca del área rival. Todos los ojos estaban puestos en él mientras se acercaba al arco contrario. Concentrado y confiado en sí mismo, Nathanael disparó al arco con toda su fuerza.
El balón voló por el aire y se coló en la red. ¡Gol! El equipo de Nathanael había ganado el partido gracias a su increíble habilidad. Todos los niños corrieron hacia Nathanael para felicitarlo por su excelente actuación.
Incluso los niños del otro equipo lo aplaudieron por su talento y valentía. Desde ese día, Nathanael entendió que llorar no era algo malo; era simplemente una forma de expresar sus emociones.
Aprendió que todos tenemos momentos difíciles, pero lo importante es nunca rendirse y siempre dar lo mejor de nosotros mismos. Nathanael siguió jugando al fútbol y encontró otras actividades que le apasionaban también.
Siempre recordaba las palabras de aliento que dijo durante aquel partido crucial: "Si jugamos con todo nuestro corazón y nos apoyamos mutuamente, sé que podemos lograrlo". Y así fue como Nathanael se convirtió en un ejemplo de perseverancia y bondad para todos los niños del pueblo.
Su historia inspiró a muchos a seguir sus sueños y siempre recordar que, aunque lloremos a veces, lo importante es tener el apoyo de quienes nos aman. Fin.
FIN.