A la Final de Voley
Había una vez, en un pequeño pueblo argentino, un niño llamado Jesús que amaba el voley más que nada en el mundo. Cada tarde, después de hacer sus tareas, corría al parque para practicar sus saques y remates con sus amigos. Jesús soñaba con jugar en las finales de las grandes competencias de voley y, un día, su escuela anunció un torneo que se acercaba.
"- ¡Tenemos que inscribirnos! ¡Es nuestra oportunidad!" exclamó Jesús, emocionado.
"- Pero no tenemos un equipo completo, Jesús," le respondió su amiga Sofía, un poco desanimada.
"- No importa, podemos preguntarles a otros chicos. ¡Voy a hablarles!" dijo Jesús con determinación.
Así fue como comenzaron a reclutar a más amigos. Pero a pocos días del torneo, Jesús se dio cuenta de que uno de sus mejores amigos, Martín, se había lastimado la muñeca y no podía jugar.
"-¡No puede ser! ¿Y ahora qué hacemos?" se preocupó Sofía.
"- Podemos pedirle a la señora Elena, la profesora de educación física, que nos ayude a encontrar un reemplazo. ¡No nos rendiremos!" sugirió Jesús.
Cuando fueron a hablar con la profesora, ella les sonrió. "- Claro, muchachos. Conozco a un chico nuevo en el colegio. Se llama Lucas y tiene mucho talento en el voley. Pero deben asegurarse de que se sienta bienvenido y parte del equipo."
"- ¡Eso haremos!" dijo Jesús, entusiasmado.
Así que al día siguiente, Jesús y Sofía se acercaron a Lucas durante el recreo.
"- Hola, Lucas. ¿Te gustaría unirte a nuestro equipo de voley para el torneo?" le preguntó Jesús con una gran sonrisa.
"- ¡Me encantaría! Pero no sé si soy lo suficientemente bueno" contestó Lucas, algo inseguro.
"- No te preocupes, juntos somos más fuertes. ¡Vamos a practicar!" lo animó Sofía.
Las semanas pasaron rápidamente. Jesús, Sofía, Lucas y los demás chicos entrenaron duro. Cada día, el equipo pasaba tiempo no solo practicando voleibol, sino también jugando y riéndose juntos. El vínculo entre ellos se fortalecía.
Sin embargo, llegó el día del torneo y una tormenta comenzó a azotar el pueblo. Jesús miraba por la ventana, preocupado.
"- ¡No creo que se cancele!" dijo Sofía esperanzada.
Pero lo triste fue que, debido a la lluvia, el torneo quedó suspendido y reprogramado para una fecha posterior. Jesús se sintió desanimado. "- Todo el esfuerzo por nada..." murmuró.
"- ¡No, Jesús! ¡Lo podemos volver a intentar!" le recordó Lucas.
Con el tiempo, la tormenta pasó y volvió a salir el sol. Los chicos aprovecharon para seguir practicando. Montaron un torneo entre ellos como entrenamiento.
Al llegar la nueva fecha del torneo, estaban más unidos que nunca. Se dio la señal de inicio y el primer partido fue contra un equipo que venía jugando desde hace años.
"- ¡Recuerda lo que practicamos!" les gritaba Sofía mientras todos se alineaban en la cancha. El partido fue muy emocionante, lleno de momentos de tensión.
"- ¡Asegurémonos de ser un buen equipo!" reía Jesús, mientras hacían una estrategia.
Al final del primer set, ganaron, pero el segundo set no sería tan fácil. El equipo contrario comenzó a jugar con más fuerza y reaccionaban rápido a cada movimiento.
"- ¡No se rindan! ¡Sigan adelante!" alentaba la señora Elena desde la línea.
Y en medio de la tensión, Jesús recordó las palabras de su mamá. "- Lo más importante no es ganar, sino disfrutar lo que hacemos y darlo todo."
"- ¡Sí! ¡A divertirnos!" gritó Jesús, y todos respiraron con alegría. En el último momento, con el puntaje empatado, la pelota voló por el aire, y Jesús, con todo su esfuerzo, logró un remate perfecto.
"- ¡Punto!" anunció el árbitro. Su equipo había ganado.
Después del partido, Jesús sintió una enorme felicidad, no solo por la victoria, sino por todo el camino recorrido.
"- ¡Lo logramos!" dijeron todos, abrazándose.
"- ¡Gracias a todos! Nunca hubiera podido sin ustedes," dijo Jesús, con una sonrisa de oreja a oreja.
Desde ese día, Jesús aprendió que más allá de los trofeos y las competencias, lo más valioso era compartir momentos con sus amigos y aprender juntos.
FIN.